NAUFRAGIO
Las tres de la tarde y todo sereno como continuación a una noche turbia. Una calma chicha que mantenía en vilo cualquier esperanza de tranquilidad. —«No huyas cobarde» –dicta la voz del pensamiento a uno de los interfectos-. Demasiado tarde para volver la cabeza. Aquello que había comenzado como una aventura se iba convirtiendo en una auténtica pesadilla. —Una noche de perros, gatos y toda la fauna junta –piensa Anacleto-. Estos cuatro Jinetes del Apocalipsis -cualquier parecido con ellos no es pura coincidencia-, querían cambiar el mundo. No consiguieron cambiar ni su comunidad de vecinos. Después de las cinco guerras sin cuartel, establecidas para gloria y vergüenza ajena entre ellos, la cosa acabó como el rosario de la aurora: cada mochuelo a su olivo y dios o satanás en la casa de cada uno. Ni uno solo de los cambios prometidos en ínclita campaña, llegó a consolidarse. —Si lo llego a saber no vengo –reflexiona Luis Ignacio-. —¡P