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CARTA PARA UN «YO»

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—¿Cómo encabezo yo esto? ¿Te escribo: «Muy señora mía»? ¿«Estimada fulanita de tal»?… Voy a contarte una historia, —una de romanos que diría Sabina—. A ratos me contentas, a ratos te odio. A ratos, debo sentirme agradecida; a ratos, todo me sobra. De salto en salto, de fecha en fecha, no está mal el resultado en según qué parcelas. Has pasado por alto zanjas llenas de lodo; te has lavado la mugre hasta volver a caer en ella, pero ¡eso sí! de cada «rebozamiento» sales reforzada. Tienes un especial talento para darle vuelta a las cosas; quizás no seas todo lo fuerte que deberías, pero, no te recuperas mal de los bofetones recibidos a trasmano. Diluida en el tiempo ha quedado la niña bonita y buena que fuiste un día, aunque, a veces, empuja tanto que, algo de esa esencia sale a flote. Y como nunca hay dos sin tres, ni cuatro, ni cinco… vas de bote en bote, arrastrada a ratos, inmune en otras ocasiones. Has logrado vencer el miedo al engaño. La mentira funciona en ti como un

UN ENANO EN MI PECERA

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¿Qué pasaría si una mañana al levantarte te diriges a la cocina por el pasillo de tu casa y en medio encuentras un enano con una lámpara mágica? Me levanto como cada día antes de que salga el sol. He soñado con playas «raras», como si los sueños fueran premonitorios de los sucesos que vendrían al despertar. Mientras, intento alcanzar la cocina con una lista mental sobre las tareas que he de llevar a cabo este día. Abro los ojos de un plumazo ¿He visto lo que creo que he visto o acaso sigo soñando? Vuelvo a mirar. Al fondo del pasillo una sombra enana se mueve, lleva algo en las manos. —«No puede ser, sigo soñando». La sombra, que ya no es tal, va tomando forma y acercándose a mí. Me susurra: —¿Cuál es tu deseo más poderoso? Recelosa, froto mis ojos a dos manos, «sigo soñando, me digo», pero la figura no desaparece, sigue allí, impasible y ajena a mi incredulidad vuelve a preguntar: —¿Cuál es tu deseo más poderoso? Pienso en las guerras, el hambre en el mundo, las injus

«PRINCESOS»

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Esta historia no tiene un comienzo. Tampoco encierra un final. Es el latir de dos vidas acompasadas, distantes, pero, no distintas, se acercan para compartir un tiempo que ya se dio. A veces se rozan, otras se separan al ritmo de una canción. —Sabina nos robó la letra de la canción —dice ella. —Mejor así. No somos muy buenos componiendo —contesta él. Ni el mes de abril, ni el mes de septiembre. El primero con sus iniciales rayos de sol, calentando la vida. El segundo, va apagando los fuegos pretéritos por el bulevar dónde habita el olvido. Las princesas ya no quieren «princesos» que besar. No quieren «princesos» de papel que se arrugan al menor inconveniente. A la grupa de sus caballos de cartón, cruzan océanos de sinsabores y niegan haberlos conocido. Cansadas de amores baratos, no esperan más llamadas; esperan que suba la marea. Aunque duela el alma no pueden seguir engañándose, incapaces de robar los besos del mar deciden no enamorarse más. Se niegan a hacer negocio de la

DEPREDADORES

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    —Mira chaval, eres muy tonto... ¿Acaso crees que saber dos idiomas —o tres— te salvará de la quema que el universo nos aplica a todos? Más pronto que tarde acabarás por apearte de la burra, cuando te des de lleno contra el muro, verás que tengo razón. Él, la miró sin entender a qué venía todo aquello. Él, que creía ser un ser alado y sin contaminación alguna sobre el vicio de aparentar. Él, que en su fuero se creía superior y que cuanto más temía ser descubierto más ahínco ponía en la acción del disimulo. «Eres muy tonto» —escuchaba una y otra vez de la voz interior que no dejaba de repetir este mantra—. Él, que después de años de intentos fallidos, por fin había conseguido que ella aceptase su invitación. Él, que había inventado toda una película de amor y lujo con final feliz sobre lo que vendría después de esa cita. Él, definitivamente, era muy tonto… Llegaron juntos al congreso donde habían sido contratados como traductores de una convención aburrida como tantas,

A SALTO

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¿Qué hora sería en este momento al otro lado del charco? Había pasado su etapa de estudiante sin pena ni gloria —como casi todo en su vida—. La geografía no era materia de su interés y, siempre, la arrastró sin conseguir aclarar donde estaba el Orinoco , igual podía situarlo en el cuerno de África como en el sur de Oceanía, cuestión esta que le hacía perderse de continuo y andar desorientado por un camino de gloria impuesto a martillazos. «Refulge, reinserta, retuerta, resuelta…» ¿Cómo coños se denominaría aquel brillo que llegaba de la escalera de cuerda que apareció colgada del muro que había detrás de su casa?… Despistado, disléxico, desorientado… «atributos» éstos que le asignaron cierta resignación para cruzar el anodino destino impuesto. Con todo, resolvió intentar la escalada; su miedo a cuestas, sus ojos desviados de la realidad que no quería enfrentar. Cuatro peldaños de ascenso y la ceguera le alcanzaron de lleno. Toda oscuridad, todo negro, un agujero negro por el

FRÍO

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En la calle empedrada resuenan unos tacones. A su izquierda las saltonas luces de neón azules y amarillas, anuncian: «Tacones de hielo». El rimbombante nombre del bar la empuja a entrar.  —¿Qué tipo de fauna habita un lugar así? —piensa. Entre dudas, cruza el umbral. Llama su atención la barra iluminada, el juego de luces que hay sobre y dentro de ella que simulan un bloque de hielo y provocan un haz de humo ascendente que se evapora al contacto con el techo. A los lados una hilera de mesas mezcla de silicona y cristal conforman un paisaje antártico. Bordeando la barra aparece un pasillo con cortinas en forma de hilos helados que conduce hacia una estancia gélida en la cual se encuentran los baños. Todo frío, como si el decorador hubiera querido conquistar el alma de los pobladores de ese local a base de congelar su existencia. En el ventanal se refleja la figura de un tipo sentado a una de las frías mesas del salón…la observa sin mucho disimulo. Agarra su copa como si fuer

NAÚFRAGOS DE DUDAS

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  Las tres de la tarde y todo sereno como continuación a una noche turbia. Una calma chicha que mantenía en vilo cualquier esperanza de tranquilidad. —«No huyas cobarde» —dicta la voz del pensamiento a uno de los interfectos. Demasiado tarde para volver la cabeza. Aquello que había comenzado como una aventura se iba convirtiendo en una auténtica pesadilla. —Una noche de perros, gatos y toda la fauna junta —piensa Anacleto. Estos cuatro Jinetes del Apocalipsis —cualquier parecido con ellos no es pura coincidencia—, querían cambiar el mundo. No consiguieron cambiar ni su comunidad de vecinos. Después de las cinco guerras sin cuartel, establecidas para gloria y vergüenza ajena entre ellos, la cosa acabó como el rosario de la aurora: cada mochuelo a su olivo y dios o satanás en la casa de cada uno. Ni uno solo de los cambios prometidos en ínclita campaña llegó a consolidarse. —Si lo llego a saber no vengo —reflexiona Luis Ignacio. —¡Pues anda que yo! —dice Cristóbal. —Mi m

FANTASMAS DE LOS ARCHIVOS

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Sala Rafael de León . Biblioteca Estatal. La Zarzamora llora que llora por los rincones. Ha desaparecido de la Sala Rafael de León . La directora de la Sala y sus secuaces no dan crédito. —Ayer en el recuento estaba vivita y coleando, —asegura un emérito de la Sala que pasaba por allí—. —¡No gana una para disgustos! —clama la directora novata—. En el trasfondo de un armario:     — «¡Mire uzté don Rafaé! —dice la protagonista de la partitura—. ¡A mí no vengan con desapariciones y fantasmas que una es mú suspesticiosa y, se enreda en estas cosas como anzuelo mal tiraó!…   ¿Cómo que ha desaparecio la Zarzamora? Claro que nomestraña, habiéndola cantado yo, compuesta por usted… ¡Como p’a no robársela!» —«No hay mejor perro guardián que la decencia. Roban un papel y los ignorantes no saben que la esencia es lo que permanece —Comenta don Rafael—. Ni el tratante, ni el marqués sabían nada del asunto. Por el café de Levante, desde Asturias hasta Cádiz, no se conoció lut

AWAY

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Región pantanosa de Tuvalu. Mes de octubre, estación de los monzones. Habitados de leyendas, toma fuerza la de una mano misteriosa que aparece para a continuación desaparecer sin dejar rastro en los cambios lunares, asesinando todo lo que encuentra al paso. En el fantasmal puerto desembarca un grupo de detectives holandeses. Al frente de la expedición un tipo escuálido inspira más pena que respeto. Tres asesinatos en un mes atraen a esta tripulación. La curiosidad o interés por el descubrimiento los lleva a un mundo tenebroso o a una aventura de dudoso final. Los acompaña una anodina mujer de penetrante mirada —lo único destacable en su presencia—. —Pitido del walkie talkie: «ha aparecido un cadáver en la región habitada por la tribu Away» … Perdidos en una región de la que solo conocen el nombre…perdidos entre incógnitas indescifrables por el momento. ¡Tropezón! La mujer fija su vista en la ‘cosa’ que la ha lanzado contra el suelo: una mano larga, fina y azul asoma

BUS 678W

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La fantasmal parada del bus Nº 678W, que en una época conectó ruidosas ciudades convertidas ahora por azar, en tinieblas, aparecía cubierta de musgo y agua. El olor extraño que emitía, llegó hasta él; consiguió frenarle en seco. Desde la habitación donde todo sucedió se divisaba el apeadero, reunión multitudinaria en otro tiempo que, invasores de distintos pelajes tomaban al asalto cada mañana. Al abandonar su cama se dio de lleno con la caña de tres metros apoyada sobre un rincón. Una idea quedó anclada en su pensamiento: «No tocaré con ella valores inviolables».   El eco, machacón, cargante, le perseguía, empeñado en proporcionar el desasosiego que le hiciera saltar como un resorte. —No me hables…no me tientes, no me nombres…no soy yo…no me conoces… Se deslizó por el alfeizar de la ventana; rebotó en el musgo y quedó empalado en el métrico palo… Intentó pescar la nube de inmoralidad que rondaba por el andén. La caña se deshizo en minúsculos átomos descendentes sobre un br

DILETANTES

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¿Y tú? ¿Quién eres? —Preguntó el ingenuo diletante al experimentado monstruo. Las lunas se sucedían como cuadrigas en procesión. Mares de arena; mares de aves; mares de incomprendidas sirenas. —Como si fueras mi sombra; me sigues sin saber por qué ni para qué… ¿Acaso buscas refugio al amparo de mi espectro? Eso, será tu perdición -dijo el monstruo. —Yo, solo quiero bailar —respondió el aprendiz. —¿Sabes? Existen otras playas, otras visiones tras las que perseguir «eso» que no sabes que estás buscando. —El objeto no es el valor. Lo que cotiza al alza es la observación del camino —afirmó el diletante. —Nunca llegarás a nada —replicó el monstruo. —Te equivocas. He encontrado lo que no buscaba: a ti. —Comprendo —asiente el monstruo condescendiente. El mar de plata que avistaron en la lejanía los atrajo, arropándolos entre sus escamas. En el aire quedó suspendido el olor de todo lo incomprendido durante aquel trayecto fagocitador. El significado último de lo inaceptabl