LA BUENA EDUCACIÓN
Todo empezó aquella mañana
nebulosa cuando mi madre me dejó por primera vez en la escuela. Sentí que me
abandonaba en aquel mundo desconocido con la sensación de que jamás volvería a
verla. Entré en pánico, llorando, como solo puede hacerlo un niño de tres-cuatro
años —creo que tendría— en ese momento
en el que se siente inundado o
desprotegido. Me agarraba a su falda como si quiera incrustarme en ella, en
nada me consolaban las palabras de la que iba a ser mi primera maestra,
palabras cariñosas, promesas de lo bien que me iba a encontrar allí. Inútil todo
intento por parte de las dos —mi madre y mi maestra— paralizada por el miedo no
creo o no recuerdo que a esa edad los recursos adquiridos sean suficientemente
efectivos para dominarlo.
Luego se suceden las
diferentes etapas en las que te van adoctrinando y convirtiendo en una niña buena, trabajo de campo que lleva
toda una vida después, en el intento por enmendar en lo posible esa labor que
con tanto ahínco llevaron a cabo nuestros educadores.
En principio nada hay de malo
en ser «una niña buena», lo nocivo de tal condición es la brecha que se crea
entre las dos propiedades y, ese sinsabor de no estar haciendo lo correcto a
cada instante. ¡Qué dolores de cabeza!
En el intento de apartarte del camino generas recursos que, no hace falta decirlo, son útiles o válidos para ti, porque aquí la intolerancia en la que subsistimos ataca de nuevo con sus abanderados regimientos de moral más que discutible. Una vida entera lleva desaprender lo que con tanta persistencia te enseñaron. La mala educación, a esta se debe prestar especial relevancia por lo devastadora que puede llegar a ser.
Todo se confunde. Las personas
confunden educación con buenos modales, educación con cultura, cultura con
conocimiento, incultura con falta de educación…conviene poner un poco de orden
en todo esto. Porque a menudo, muy a menudo nos encontramos y convivimos con
gentes formadas intelectual o académicamente sin asomo de educación.
A saber: «Vd. sabe mucho de lo que sabe, pero
la primera y esencial norma de educación es no hacer alarde de ello». Una buena
forma de educación es, compartir y tratar de enseñar a los demás ese bagaje
adquirido. No me pises que tengo prisa…¡písame que llevo prisa! así me paras;
grítame para poder ignorar todo lo que dices; haz todo el ruido posible e
imposible para hacer resaltar aquello que probablemente no eres…trata de opacar
la opinión ajena para que luzca la tuya…
Por todas partes, a todas
horas, cada lugar de convivencia se reduce a un campo de batalla en el que la
lucha ha de ser salir ileso de tanta cretinez, de tanto no saber estar —sí de
parecer—…yo, hay días en los que preferiría no asomarme al mundo, de hecho,
cada vez más me refugio en el mío propio y, no presumo ya de niña buena…quizá la dejé abandonada en
el camino, pero de verdad y seriamente tengo que decir que no puedo con la «buena educación» que hoy impera.
A mi madre le agradeceré
siempre el que me soltara la mano y me ayudara a volar sola…desde ahí tanto ha
llovido por fuera y por dentro.
Seguimos en el camino,
tratando de desaprender aquellas cosas que hicieron un daño reversible —espero—
en nuestro deambular por un mundo ineducado, inadecuado, iracundo e inestable…—se
me ocurren más sinónimos pero seguro que no son necesarios—.
Es curioso comprobar que,
cuarenta años después —sigo estudiando—, algunas cosas no han cambiado, y en
grupos de supuestamente adultos son repetidas conductas de parvulario; no seré
yo quien enmiende la plana a nadie, faltaría más, pero no puedo evitar reflexionar
que es lo que motiva o ha llevado a tal grado de inmadurez a según qué
personas.
«LIBERTAS
PERFUNDET OMNÍA LUCE»:
La libertad ilumina todas las cosas. Este es
el lema de la Complutense. En esto hay que educar, es imprescindible, un ser
libre para pensar y actuar jamás tratará de crear sombras a sus adversarios,
por el contrario, tratará de iluminar desde su libertad, desde su plenitud.
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