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Mostrando entradas de noviembre, 2019

LAS PUERTAS DEL SILENCIO

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Unas horas en el «pájaro de acero» separaban la «puerta» a dos realidades contrapuestas. La primera, vivía a la sombra de su ombligo. La segunda, luchaba por un reconocimiento en primera división. Ninguna cejaba en su empeño. Piedrasantas se encontraba en el paraíso cada vez que aterrizaba en ese lugar del mapa. Otra cosa era el entendimiento con la peculiaridad de los personajes ajenos por completo al desconocido mundo que él habitaba. La primera mañana de su estancia anduvo en la ocupación de descubrir por andurriales en los que más de un valiente no se hubiera atrevido a zambullirse, nuevos hallazgos de la civilización que ocupaba el territorio. Fue como sumergirse en una máquina del tiempo. Lo que veía, lo que intuía, todo sonaba a «Déjà vu». La inquietud que avanzaba desde su estómago hasta la médula no dejaba reposo; andando sin descanso vino a toparse con una monumental puerta labrada de imponentes goznes y siete cerraduras. Miró por el agujero de una de ellas; al ti

PRUDENCIA

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—¡Prudenciaaaaaaaaaaaaaaa! —Grita la madre por enésima vez. —¡Prudenciaaaaaaaaaaaaaaa! —Nada, ni caso, o es sorda, o se lo hace, acaba con mi paciencia, con mi prudencia y hasta con las ganas de vivir. ¡En qué momento elegí yo ese nombre! ¡válgame el cielo! Prudencia que ni era sorda, ni mucho menos prudente, siguió como el que oye llover. —«Va lista si cree que voy a hacer honor a este ridículo nombre que me impuso con la mayor de las imprudencias». Sentada a una máquina de coser desvencijada que se caía a trozos, la madre continuó llamándola a gritos. No había caso. Prudencia no hacía acto de presencia. —El pedido urgente por entregar. Los demás encargos a medias…y Prudencia sin aparecer, ¡esto no es vida! Yo, que siempre me sacrifico por ella, yo, que solo miro por su bien, yo…— Murmura la madre. Prudencia cruza el oscuro pasillo —tres horas más tarde— con una cesta colmada de setas. —¿Se puede saber dónde te has metido? Hay un montón de tarea pendiente y yo sola no l

RELATOS BESTIALES

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—¡Qué bestia! —¿Qué vestía? —¿Qué ves, tía? —¿Ves, tía? ¡Te lo dije! La navidad es la época más bestia que se ha inventado desde el principio de los tiempos. Es ver el primer árbol de navidad, la primera lucecita y yo me pongo a morir. —¡Qué bestia, tía! —Para bestia una de mis vecinas que se viste de «MamáNoNoël» y nos pega unos sustos del copón. —¿Qué ves, tía? —Yo no veo «ná». En lo que va de noviembre a diciembre cierro los ojos y tiro «p’alante» sin sentir. A partir del seis de enero vuelvo a ser medio normal. —¡Qué bestia, tía! Para bestialidad la que se formó en la casa de Antón la pasada navidad. Acabaron comiendo el pavo en comisaria (lo de comer es un decir, en realidad la cena se fue al garete). ¡A quién se le ocurre sacar el tema «política» cuando se va a trinchar un pavo! Qué si tú tal...¡pues anda qué tú, más!…total, que Antón que tiene a su cuñado «enfilaó» desde el momento en que a su hermana se le ocurrió llevarlo a casa por aquello de las pr

OTOÑO

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Verdes telas de araña amanecían alrededor de su cama. Madejas de pelos rubios cubrían las alfombras sucias por el polvo depositado en una época del año que no debería existir. En la mesita del recibidor, acumulados, un taco de cartas muertas que no se molestaría en abrir. Consignas invitando a seguir un juego macabro, y la predisposición firme de no entrar en él. —¿Elecciones? ¿Otra vez?... ¡Qué le den por el culo a todo! Maldito otoño, maldita caída de la hoja y de mi pelo, maldito polvo otoñal. Voy a incrustarme en la cama hasta que llegue un tiempo donde no se ponga el sol. Cruza la calle como cada mañana. El mismo lugar. La misma hora. Algo ha cambiado en su manido paisaje. Incapaz de sustantivar «aquello», continúa, tratando de esquivarlo. La musaraña invisible ha desaparecido llevándose su sombra. Es en ese instante cuando determina y reconoce la identidad de la «musaraña»: Otoño. Aquella mañana los pájaros cantaban del revés.

RÍOS DE TINTA

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Desde la orilla opuesta llega una melodía no identificada. La música le hace retroceder a otros tiempos que, no por pasados fueron mejores. Sentado sobre una piedra cubierta por un manto de musgo, este, hacía del sillón improvisado, un mullido asiento. Escribía, emborronaba, volvía a reescribir lo garabateado. —No puede ser. —Decía una y otra vez como si con ello quisiera convencerse así mismo. En aquel lugar habían transcurrido los mejores y los peores tragicómicos momentos de su poca habitual vida. No era huraño, no era antisocial, no era introvertido. Solo anhelaba una paz que el mundo le negaba. Él, tan libre. Él tan independiente. Él, tan poco pendiente de lo que el rebaño denominaba “vida”. Él, no era de este mundo, fabricado sobre embustes y enredos que no entendía. La lenta cadencia con que la música iba entrando poco a poco hasta inundar el espacio, lo transportó a una nueva zona, irreconocible, azul, libre; un campo hasta ahora oculto. El miedo que siempre había