OTOÑO
Verdes telas de araña
amanecían alrededor de su cama. Madejas de pelos rubios cubrían las alfombras
sucias por el polvo depositado en una época del año que no debería existir.
En la mesita del recibidor,
acumulados, un taco de cartas muertas que no se molestaría en abrir. Consignas
invitando a seguir un juego macabro, y la predisposición firme de no entrar en
él.
—¿Elecciones? ¿Otra vez?...
¡Qué le den por el culo a
todo! Maldito otoño, maldita caída de la hoja y de mi pelo, maldito polvo
otoñal. Voy a incrustarme en la cama hasta que llegue un tiempo donde no se
ponga el sol.
Cruza la calle como cada
mañana. El mismo lugar. La misma hora. Algo ha cambiado en su manido paisaje.
Incapaz de sustantivar «aquello», continúa, tratando de esquivarlo. La musaraña
invisible ha desaparecido llevándose su sombra. Es en ese instante cuando
determina y reconoce la identidad de la «musaraña»: Otoño.
Aquella mañana los pájaros cantaban del revés.
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