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Mostrando entradas de enero, 2022

CORAZONADA: «EL HOMBRE QUE OLVIDÓ TODAS SUS CONTRASEÑAS».

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Ptolomeo ordenaba sus papiros con primoroso cuidado. Tenía registrados en las estanterías de su biblioteca más de diez mil, según cálculos, papiro arriba papiro abajo; para facilitar la tarea de dar con el que quisiera consultar en un preciso momento colgó de ellos una etiqueta definitoria del contenido, etiqueta que todo hay que decirlo, duraba lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Bastaba una apertura de puerta para que el despliegue volandero formara una nube de papel. Ni que decir tiene si el descuido era abrir una ventana, aquello quedaba convertido en un terremoto plieguecil. Cada vez que esto ocurría debía empezar de nuevo a etiquetar estantería por estantería; a raíz de este desafortunado hecho sus ídem comenzaron a amanecer del color de la plata, que a su «querida» Cleo, más que alertarla sobre lo poco o nada atractivo que estaba siendo el paso del tiempo con su «querido», lo que hacía era provocarle un dolor de cabeza peregrino; para mejor decir el ficticio dolor «p

HOJAS MUERTAS

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Arrastrados pasos retumban entre la hojarasca invernal. Pasos a tres pies, a cuatro. Pasos derrumbados, sin rumbo, en busca de destino; sin destino final. Pasos perdidos. Pasos nebulosos que el viento empuja, y alimenta, y cobra para sí un nuevo inmolado.   Pasos desandados. Inmortales pasos, que buscan refugio en la libertad del sueño …   * La imagen pertenece a Remedios Varo: «Camino Árido», 1962. Vinílica/Cartulina.

SACRILEGIO

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La irreverencia de Manuela solo era eso: irreverencia; por más que sus convecinos lo tildaran de sacrílego. Desde que en una procesión de semana santa a la que ella no acudía, pero que veía desfilar a través de su ventana, quiso la mala fortuna que le acompañara la ocurrencia de echarse a reír al ver pasar aquel séquito de damas enlutadas sosteniendo para sí o contra sí un enhiesto cirio, como si la poca luz que emitía la vela fuera una metáfora de su sin saber. A Manuela todo esto le sonaba a circo y para ella lo irreverente era el ataque y la profanación que con ello se hacía hacia la inteligencia de otros seres, esos, los que no eran proclives a tales procesiones ni manifestaciones. Como quiera que la historia lleva sus propios procesos y el universo se confabula en su ayuda, ocurrió que llegando a su casa con el cántaro apoyado en la cadera que venía cargando desde la fuente, vino a tropezarse con el cura, figura de relevancia y sometida a reverencia por aquellos lares y época.

CUENTOS DE MEDIANOCHE

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Una noche cualquiera de un día cualquiera en un momento cualquiera de una existencia anodina cualquiera. Alfredo, cerveza en mano, apoltronado como un cojín viejo sobre el descolorido sofá, miraba sin ver la pantalla aposentada sobre una irregular mesa que el mismo había construido con unas cochambrosas cajas de madera recogidas a los pies de un contenedor. Nada destacable; sus míseros días eran calcados, sin sorpresa alguna y carentes por completo de emoción… Pero –esta conjunción adversativa se inventó para joderlo todo-, aquella noche, una más, otra más igual a las anteriores, algo, vendría a trastocar su «apacible» existencia. Agarró el bote de cerveza como el que se agarra a un bote salvavidas, propinó el último trago, lo dobló hasta convertirlo en un acordeón a la vez que lo lanzaba contra la papelera del rincón sobre la que siempre rebotaba sin conseguir el enceste. El minutero del reloj seguía su camino, impertérrito, nada era capaz de interrumpir su ritmo… ¿Nada? Un

EL LAMENTO DE LA SÚPLICA

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Hay algo en la súplica de desprotección en aquel que la practica. El miedo se adueña del ser suplicante y baila con él un minué en un estanque helado que se resquebraja al mínimo contacto.  Detrás de los ojos del implorante habita escondida una súplica silenciosa por miedo a que la claridad desvanezca el propósito primero. Suplicar es rendirse ante el enemigo invisible que ostenta el poder. La súplica lleva el incombustible disfraz del miedo que no es otro sino el de un bajo amor a sí mismo. Hay quien suplica amor como si estuviera pidiendo unos zapatos nuevos para presumir en la feria. Hay quien simplemente suplica por un techo y un plato de comida: estos han perdido el miedo; el miedo quedó engarzado en la imperante necesidad del subsistir. La tabla del debe y el haber ha de contener un equilibrio. O mejor: un desequilibrio en el que, el debe, gane en esta ocasión al haber. «Debo todas las suplicas de cien años de existencia por no haber suplicado ni cuando quizá, solamente

RENACER

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Subtítulo:  DEL MOSQUITO COJONERO Y OTRAS VIDAS QUE RECORDAR NO QUIERO. Queridos reyes magos de oriente, occidente o del polo norte, que yo no soy exquisita a la hora de elegir, conque hagáis vuestra magia, a mí, me vale. Al final de la carta encontraréis varios adjuntos que he estimado imprescindibles para dejar constancia de que lo que expongo es verdad y no excusas para obtener mis deseos. Lista de archivos adjuntos: —Certificado de penales. (Libre soy de toda culpa). —Certificado de buena conducta. Este, redactado por mí misma, porque quién mejor que yo para saber cómo me he comportado y me comportaré por los siglos de los siglos. —Certificado de estado físico y psicológico. En el que podréis comprobar que aquí también estoy libre de pecado, vamos, que de momento gozo de buena salud. Iba a adjuntar uno que reza sobre mi buen talante a la par que simpatía, pero este redactado por amigas he convenido que no era demasiado conveniente. Las amigas siempre mienten, si te quiere

EL DÍA QUE BORJAMARI PERDIÓ SU OMBLIGO

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Amanece, ¡Qué ya es mucho! contando que son cerca de las dos del mediodía. Borjamari de todos los santos y de los pecadores irredentos, intenta con ufano esfuerzo levantar la cortina de su ojo, párpado que hoy amanece anquilosado y se resiste a izarse cual bandera desprestigiada. En un segundo intento el calambrazo sobre el pliegue protector de la órbita ocelar, hace que la habitación parezca girar cual tiovivo con una hortera música incluida… «El día que Borjamari perdió su ombligo» : En un llavero dorado con incrustación banderetilandil sobre la que aparece un ave de presa, se contonean al paso de los pasos de Borjamari un manojo de llaves que van por el estricto orden de las   administradas cuentas de un rosario, de pequeño a mayor, una serie con patente « madeinborjamari» de los que por cierto desconoce su posible utilidad. Al menos queda descartada la de mayor tamaño; esta lleva en una de sus facetas, grabada, el escudo bicolor con pajarraco incluido… Borjamari, gracias, o