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Mostrando entradas de diciembre, 2021

LEONAS

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El mejor regalo que su abuela le hizo fue enseñarla a leer. Desde que la magia de las letras hizo nido dentro de ella, esperaba el momento del día en el que, sumergida en los mundos escritos quedaba abandonada en ellos perdiendo por completo el sentido de la realidad habida alrededor. Manuela mantuvo hasta el final de sus días esa tradición; con los años el cuerpo había ido cambiando su forma, su columna se retorcía cada año como si de un viejo árbol se tratara, pero a pesar de lo dilatado de su espacio, nuevos brotes surgían en él. El deseo de Manuela era vivir otros cien años para seguir leyendo todo lo que el periodo restante no concedería a terminar los muchos libros que quedaban pendientes. Leía libros, revistas, periódicos, pancartas…todo lo que caía al paso, lo encontrado, lo buscado, lo rebuscado y lo que a veces aparecía por arte de birlibirloque. —Eres una leona, Manuela. —Le decía con irónico cariño su bibliotecaria. —Sí, pero yo cuido a mis crías más de lo que h

REDENCIÓN

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Orestes de Balbuena-Ortiz de la Cara Azul, Conde de las marismas y de otros tantos lares, a punto está de rendirse ante el señor con vestido y capa roja que quiere arrojarle a un sempiterno confinamiento. A través de sibilinas proposiciones, el señor de rojo intenta convencerlo de que su redención servirá como ejemplo cristiano para futuras generaciones, dotando a estas de un modelo a seguir: el suyo. —Puedo redimirte por el módico coste de una bolsa de maravedíes, si bien con la premisa hecha de que de caer otra vez en tus despropósitos serás juzgado de nuevo, esta vez sin redención. —Antes muerto que rendido. Usted y toda su corte se pueden largar por el camino que conduce y termina en el barranco de los Desoídos . Yo, de aquí y de mis propósitos no me muevo un ápice. ¡Pardiez!   Era en esa época en la que las religiones –unas más que otras, pero casi todas a la par- dominaban la vida de los seres, los humanos y los otros…razón por la cual amén de su cerrazón recalcitrante a

CAMINANDO POR LAS POSTINERAS CALLES DE MADRID. —La belleza de lo feo—.

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Mañana de recados por el barrio -según dicen por ahí- más postinero de Madrid. Calles donde el lujo se mezcla con la miseria de un colchón tirado entre puertas pintarrajeadas de una sucursal dineraria venida a pique. Aceras mullidas, pasos sin prisa; aquí el tiempo tiene otro sabor, otro olor, otro pasar. Hotel de superlujo con terraza acorde. Señor con estética –al menos el perfil exterior da para pensar- de mandamás. Vestido para la ocasión, porque si algo tiene este barrio es su superioridad en el atuendo: nada fuera de sitio; todo conjuntado, atado y bien perfumado.  El señor aseñorado, se sienta a una de las lujosas mesas en la terraza del lujoso hotel con su copa supongo de Martini o semejante, es la hora del aperitivo. A sus pies sentado en una minúscula banqueta otro señor: este sin la manicura hecha, aunque posiblemente sus manos, estén limpias de todo a pesar de la inmersión betunera de años grabados en ellas. Mientras el señor que limpia y da esplendor, el pez gordo repantin

EL TREN DE LAS 24:49

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Sentada sobre las desgastadas losas de aquel andén por el que en sus buenos tiempos se había deslizado media humanidad y, ahora, apenas si asomaban un par de mochilas despistadas a la semana. Aspiraba un cigarro como si con cada inhalación pudiera conseguir tragarse el escenario que rodeaba la vieja estación a la espera del tren de las 24:49. Impaciente, abandona su rudo asiento y se dirige al guardián que desde su garita intenta hacerse con el control de la estancia. Le pregunta por el tren de las 24:49, si llegará en hora, si acaso se retrasará o… —El tren de las 24:49 ya pasó. Hace exactamente 24:49 horas. ¿Acaso usted no controla el tiempo? —No. —Tendrá que volver cuando el reloj marque de nuevo las 24:49. —¡Qué absurda puta hora! ¿Quién fue el inventor de este enrevesado horario? ¿Cómo voy a saber si me paso de hora o no llego? —Es un horario inventado a conveniencia del autor. Si no le gusta, busque otra estación. Otro tren. Otro viaje. De repente como una exhalació

SALVAJE

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El lugar perfecto; el refugio perfecto en el cual vivir todas las vidas que no nos serán otorgadas, todas las fantasías al alcance de los ojos que recorren el avispero que guarda en cada una de sus celdillas, una sucesión de puntos unidos entre sí, creando historias interminables. El lugar de los sueños. El lugar del olvido. El lugar de cada uno de los recuerdos acumuladores de vida. Un lugar mágico que huye de antorchas, de vicios iletrados, de sabiondos con ínfulas de escritores fracasados, de novelistas autonovelados; de las más bellas historias; de las suculentas crónicas salpicadas de hechos más soñados que reales; relatos fundidos con la capa de moho que el tiempo y la dejadez retuvieron al fondo de un oculto estante.   El rumor salvaje de un chisporroteo acabará por silenciar para el devenir, todas las voces que hasta el momento yacían mudas, para siempre, bajo el resplandor ígneo, devorador de letras, ansioso por obtener para sí todo lo que jamás de forma alguna habría podido

«LO SIENTO»

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Siento haber perdido el tiempo entre bastidores mirando sin actuar, esperando que la gota fría del entreacto atrajera para sí un sol derretidor, acompasando la cálida sonrisa que dibujara un rictus perfecto en tu cara. Siento que perdí el tiempo en la contemplación de una nube engañosa que guardó para sí su contenido sin derramar ni una lágrima. Siento que perdí mi tiempo en el confort que proporciona actuar por omisión, y así, sin mover pestaña, asentarme en el sillón perfecto de un victimismo acomodaticio a mi cobardía. Siento no haber visto detrás de tus ojos la llamada; siento haber perdido en los míos la capacidad de ver el llanto derramado en baldío. Siento que me perdí en el verso vacío de estrofas donde apenas una letra o un borrón habrían conseguido quizá, el milagro de la escritura invisible, grabada, pero poseedora de la gran verdad que no clama, la que desde su escondite ignora y agradece siempre el no tener que conmoverse por un « lo siento» . Siento que me perdí e

LAS HOJAS DEL CALENDARIO

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A veces tengo la sensación de que a mi calendario le faltan hojas. Parecería que del universo se hubiera apoderado una fuerza que lo llevara a correr por los días a la velocidad de la luz. Te acuestas en enero y en diciembre unos fogonazos de luces inclementes traen consigo un desconcertante despertar. Hoy es lunes y mañana domingo. El tiempo, mi tiempo, ha cobrado por arte de birlibirloque otra dimensión, pasa por mí como una apisonadora de minutos, de los cuales, no puedo extraer más que el desencanto de la pérdida. Y sueño con aquellos días donde el tiempo se detenía en cada segundo, donde las hojas del calendario eran primavera y no otoño, donde los escalofríos que produce el tiempo no sentido eran traducidos por un sol multiplicador del almanaque. Quiero mis días y mis años interminables, desde los que no se adivinaba el final. Quiero mi tiempo. Quiero la promesa de un tiempo interminable… ¿Quién ha robado mi anuario?