LA PRESENCIA DE LA SALA 33
El cosmos envió a su lacayo con una imperativa señal roja:
«Prohibido
el paso a toda aquella persona animal o piedra ajena a la insustituible ética
requerida para transitar por la siguiente carretera. Además, se añade la
premisa hecha sobre el derecho de admisión que conlleva el consiguiente rechazo
a la mentira, impudicia y sarcasmo disfrazado de verdad».
Caminante inexperto
después de haber avanzado por mil millones de leguas con unos pies inadaptados
a la tierra. Caminante ansioso vagando por equívocas sendas intransitadas, que
se alían para confundirlo y desviarle hasta cambiar la dirección de su andar.
Sin previo aviso, de
la forma más inesperada baja una señal que detiene todo el proceso anunciante
de múltiples caminos, con la advertencia de que no siempre el elegido es el
mejor, el real, el conveniente.
El caminante da un
giro a su pensar. Recapacita. Vuelve sobre sus andares y en el punto de salida
encuentra un nuevo comienzo otro camino entre las espadas dormidas y el crujido
que producen las maderas que unos pies invisibles rozan al pasar.
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