INDIGENTES INTELECTUALES: LA SIEMBRA


El tío Elpidio era un amante del campo y sus consecuencias.

Una tarde como tantas otras de las que pasaba en su erial, encorvado sobre la última de sus plantaciones, se «planta» detrás de él —valga la redundancia— un tipo con cara de urbanita, —esto se sabe sobre todo por el color de su tez cetrina, a la que poco o nada da el sol y termina por ictericiarse—.

—¡Hola amigo! —Saluda casi gritando.

—Pues mire usted, no es por molestar, pero, para que seamos amigos, como mínimo tendríamos que conocernos, y, yo a usted no le he visto en mi vida.

—Perdone buen hombre era una forma de hablar…

—Y ¿Cómo sabe usted si soy buen hombre o mala persona? mire tire «p’alante» y cada uno con lo suyo…

—«Qué tío más cansino ¡La virgen! Con lo a gusto que yo estaba sembrando indigentes intelectuales, ¡Cagüen tó! ¡Este me habría servido de un abono cojonudo!»

Elpidio sigue a lo suyo, mientras, va desgranando mentalmente frases filosóficas de esas que no están recogidas en los libros, pero que encierran el saber empírico de millones de generaciones.




«De dónde viene el ser humano todos lo sabemos, a donde quiere llegar pocos lo conocen».

 —Immanuel Kant—

 —Qué certero debió ser este Manolo Kant. Hay quien va por la vida con unas orejeras que no le permiten ver la derecha ni la izquierda… «t’ó seguío» sin mirar a los lados, y claro, así ni forma de aprender n’á tienen; se conducen por la opinión del vecino o de una caja metálica que rebobina mentiras, más imbécil que ellos, que vomita sus falacias por un puñado de duros…

 



Rara vez le fallaba a Elpidio su intuición.

—«Este tipo tiene toda la pinta de ser un mendrugo analfabeto, lo dicen a gritos sus andares».

Su padre le había enseñado que a las personas se las conocía por su forma de andar. Los andares de este individuo eran como una enciclopedia abierta para Elpidio…y no se equivocaba. Horas más tardes acabada su labor en el campo de cultivo, con sus enseres cargados a la espalda, Elpidio, se acerca al bar del pueblo:

—¡Vito! ¡Ponme un vino majete! que vengo más seco que el ojo un bizco…

En un rincón, junto a la ventana, sentado como un faraón, estaba el tipo que horas antes le había abordado en el campo.

Elpidio en una disimulada ojeada pensó de nuevo que hasta sentado tenía toda la pinta de destripaterrones —Con todos los respetos que estos le merecían—.

El cebollino se levanta arrastrando la silla con un estruendo sordo que, molesta hasta a los vecinos que pasan por la calle. Se acerca a Elpidio…y, como las entendederas no le dan para más vuelve a la carga con sus estúpidas preguntas.

—¡Qué! ¿Qué tal va el cultivo?

—Bien, va bien. Con un par de cebollinos como usted, completo el sembrado y tengo una cosecha cojonuda

—«Decididamente es abono para mi campo, reúne todas las estultas condiciones para hacer crecer la cosecha de iletrados».

 



—Perdone usted si la pregunta no es de su agradado, pero contando con que usted no para de interpelarme …me gustaría saber de dónde viene usted, para qué y que coños es lo que busca en este paraje olvidado del mundo…

—Vengo del congreso (de los diputados). Había salido en un receso, ni me iba ni me venía lo que se estaba guisando allí y decidí dar una vuelta con mi caballo para relajar la mala hostia acumulada…en un bache caí al suelo, el equino salió a la carrera y no lo encuentro ¿No lo habrá visto usted por casualidad?




—A eso de media mañana he visto un burro pasar, pero iba tranquilo yo diría que sonriendo…Igual, no sé, es un decir… lo mismo es que iba feliz por haber conseguido deshacerse de la carga…quién sabe lo que puede pasar por la cabeza de un pollino…

—«Este gilipollas se cree el cid campechano y no llega ni a los zancajos de Sancho Panza».




Vito que no perdía comba de la conversación se inclinó debajo de la barra para ocultar la carcajada que subía desde su espinazo a la garganta en un afán por salir y que hubiera echado a perder la escucha.

—No creo que quisiera deshacerse de mí. Lo trato como a mis propios hijos…le proporciono lujos que ya quisieran para sí muchas personas… ¿Por qué iba a querer perderme de vista?

—No tengo ni puta idea, pero se me ocurre a bote pronto que, quizá intuyendo mi siembra le haya traído hasta aquí porque le considera abono de primera.

—Si no es mucho preguntar ¿Qué es lo que está sembrando

—Indigentes intelectuales.

—¡Por mi patria y mi bandera! ¡No me insulte…o…!

—¿O qué? Mire a mí los cebollinos como usted me vienen importando lo que se dice un bledo. Tire usted p’á el sembraó y haga comunidad con sus iguales.

La puerta de la taberna se abre de par en par dando paso a un pollino disfrazado de rojo y gualda que, se acerca al interfecto y de una pezuñada, lo pone en lo alto de su lomo. En absoluta connivencia con Elpidio lo deposita en el campo del que empiezan a surgir los primeros brotes.




—La cosecha de indigentes intelectuales va a ser cojonuda este año. ¡Verás cuando se lo diga a la empresa que se encarga de comprármelos y distribuirlos! …no van a tener naves p’á tanto grano…

Elpidio pasó a formar parte de los libros de historia como el primer filósofo cuyo saber empírico ayudó a cambiar la era de la imbecilidad.

En este país imaginario si algún día un iluminado acierta a sembrar un erial con indigentes intelectuales le sale una cosecha para exportar al orbe entero.


 

























 

 


Comentarios

  1. Jajajaajajajajaajajajaj. ¡Esta genial entrada tiene que ser asignatura obligatoria en la escuela!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mañana se lo propongo a Ayuso, igual hay suerte y lo incluye como "asignatura pendiente" para las nuevas generaciones...
      Gracias David!

      Eliminar

Publicar un comentario

Soy toda "oídos". Compartir es vivir.

Cuentos chinos

LOS ABRIGOS DE ENTRETIEMPO

EL ÉXODO DE LA PALABRA

CÍRCULO SUSPENSO

UNA LUZ INQUIETANTE

LA HUIDA

LIENZO EN BLANCO

EL OJO DE LA CERRADURA

SILENCIO

EL FINAL SOLO ERA UN NUEVO PRINCIPIO

«PRINCESOS»