DEL QUIERO Y NO PUEDO: VOLVER A LA NIÑEZ


Quería no pensar más en ello. Quería eliminar todos los espejos del mundo, alcahuetes, implacables, que no le daban un minuto de paz, recordándole a cada paso, a través de cada uno de los surcos que se habían adueñado de su caduco cuerpo, que el tiempo es el peor de los verdugos, no perdona ni canjea renovación por autoconfinamiento.

De nada sirven los milagrosos potingues hallados a través de las más bretonianas búsquedas…

—¡Mili! ¡Levántate!, vas a llegar tarde a la escuela. —La abuela se acerca a la cama de Mili y tira del embozo con mimo.

—¿Abuela? «Estoy soñando, claro, es eso, un sueño o una entelequia».




—¡Mili!, ¡Qué no llegas! —De nuevo resuena la voz abuelil.

Mili se revuelve, tira de las sábanas, esconde la cabeza, cree estar soñando y, a la vez, tiene la casi certeza de que no fantasea, que está en perfecta vigilia. Con el miedo agarrado al cuello se lanza fuera de la cama ahuyentando al delatador espejo, agazapado junto a la cómoda.

De camino a la cocina la desazón que acompaña sus pasos crea en ella la sensación de haber decrecido, como si sus piernas hubieran menguado…sus piernas, sus brazos, su cuerpo ¿sus arrugas? Ante el pavor de enfrentar el espejo sigue avanzando hacia el estante de la cocina donde se guardan los útiles del desayuno.




Frente al armario levanta su brazo e intenta alcanzar el tirador de la puerta…el grito lanzado convierte a la abuela en sprinter avanzado.

—Todos los días igual, Mili… ¿Tanto te cuesta pedir ayuda? El día que crezcas, —que llegará antes de lo que esperas— porque el tiempo avanza a velocidad de cohete espacial…ese día…ese día yo no estaré aquí y tú habrás dejado de necesitarme…

 




—«¿Qué está pasando aquí? ¿Qué tipo de ataque esquizofrénico estoy sufriendo? ¡Mi abuela lleva enterrada veinticinco años!  y…»

Con el miedo a enfrentar su imagen en el temido espejo se dirige a su habitación, y, desenvuelve el artefacto guardado.

¡Ahora sí! ¡Ahora sí que grita como si le hubieran clavado un garfio!




—¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué le ha pasado a mi cuerpo? ¿Quién soy?

—Eres tú, Mili, la niña de ocho años que anhelabas volver a ser. —Contesta el espejo.

—¿Qué? ¡Esto es una pesadilla! ¡Un espejo qué habla!

Esto es lo que hubiera podido pensar desde un plano adulto, pero como era una niña de ocho años…

Se dirigió de nuevo a la cocina, tomó el chocolate que su abuela tenía preparado sobre la mesa…se vistió, se dejó hacer las trenzas…y, cartera al hombro, cantando, puso pies en polvorosa…

Tres meses más tarde, a la vuelta de un largo puente vacacional, en la oficina, los cuchicheos incesantes versaban sobre el aspecto que presentaba Mili.

—¿Habéis visto? ¡Parece que tuviera ocho años!  —1ª cotilla.

—Es lo que tiene un viaje a Chisináu para hacer turismo facial… —2ª cotilla ilustrada y capciosa.

Mili abandonó su permanente estado disfórico; colgó espejos por toda la casa, y, nunca más soñó con eliminar los surcos que el tiempo va remarcando en la identidad de cada cual.

Lo que no pudo dejar de lado fue la nueva misión autoimpuesta de registrar cada rincón a la búsqueda de algún rastro que pudiera conectarla de nuevo con su abuela.



 



 

Esta había desaparecido junto con su fobia espejil.



















 

 

 

Comentarios

  1. La aceptación de la caducidad que lleva con ella la fugacidad del tiempo. El caso es cómo lo vivimos hasta que la senectud llega. En cualquier caso, nunca enterraré del todo el niño que fui una vez.

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    1. Mal negocio es el de quién dedica su tiempo y dinero a borrar los surcos que se van forjando a través de lo vivido. Muchas gracias por comentar. ¡Saludos!

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