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Mostrando entradas de junio, 2020

FIESTAS

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Iba y venía de un lado a otro, cabizbajo, sin propósito de lugar en el que detenerse, pensando, dando vueltas a la que se avecinaba. En el envés de la esquina, la banda ensayaba su monótono y reaccionario repertorio esperando en sordina. Humberto —Ube, para los amigos—, escucha en la penumbra mientras atiza la lumbre que calienta el puchero de barro, en el que bailan unos garbanzos desgarbados, a la espera de un acto imprevisible por el cual se les unan condimentos que, conjuren con ellos un plato medio comestible. —¡Eh! ¡Chacho! —Un grito desde el portón le saca de su ensimismamiento. —¡Joder, qué susto! ¿no puedes llamar como cualquier ser de este mundo? —Por poco te asustas, Ube. ¿Qué? ¿Cómo va el cocido? —Si a cuatro garbanzos bailones le llamas cocido... ¿Has venido ‘p’a’ hablar de mis garbanzos? —No hombre, ¡claro qué no! Es por iniciar conversación, una forma como cualquier otra. He venido ‘p’a’ recordarte que queda menos y ‘n’a’ ‘p’a’ las fiestas y, a pregunta

DONDE MENOS TE LO ESPERAS

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Había trasladado sus huesos hacía más de veinte años a aquella isla hasta ese momento poco explotada. Cuando llegó, el islote era un auténtico paraíso de apenas cuatro chozas mal hilvanadas. El tiempo, esa buena meretriz, fue corrompiendo el espacio con la llegada de huéspedes que, poco o nada albergaban en cuanto a paz pudiera corresponder. Los autóctonos, rubios, altos, fuertes…practicantes a rajatabla de una endogamia impuesta por las circunstancias del hábitat y la imposibilidad de contacto con otros posibles grupos de cuya existencia no tenían ni la más remota noticia…hasta que un buen día vino a varar en una de sus orillas un velero ocupado por tres navegantes morenos de piel y pelo. La antropofagia seña de identidad de una parte de la tribu tubo la incruenta consecuencia biológica de dar con una mezcla de casta en la que se mezclaban el color de la piel, del pelo…toda una nueva fisonomía que desconcertó a aquel grupo intranquilamente feliz que fue en el pasado.

MUÑECAS

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Siete hermanos. Seis chicas y él. Cada navidad alrededor del árbol se amontonaban vistosas cajas con lazos, regalos y más regalos sobre los que se abalanzaban sin piedad, rompiendo lazos y papel que crujía bajo las manos del descontrol. En cada caja una etiqueta con el nombre del destinatario. Sin sorpresas: cada hermana recibía su correspondiente muñeca. Él, un tanque de guerra, un camión, una pelota…nada nuevo, siempre los mismos artefactos horribles. Entretanto, guardaba el absurdo deseo mientras rasgaba el envoltorio: «Esta vez será una muñeca». No, a sus padres jamás se les hubiera pasado por la cabeza que, en el hueco más recóndito de su querido hijo, heredero del emporio que en día creó su tatarabuelo, soñara con muñecas. Lo hacía, ¡vaya si lo hacía! Veía a sus hermanas, envidiaba sus posesiones. Quería disfrutar de lo que a ellas por género, tradición o leyes no escritas les era asignado. Solo su hermana Olivia percibía este deseo en él. —Toma, te cambio mi muñeca por t

DREAMS

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Según Homero los Oniros (sueños), vivían en las oscuras playas del extremo occidental del Océano, en una caverna del Érebo. Los dioses les enviaban sueños a los mortales desde una de las dos puertas allí situadas: los sueños auténticos surgían de una puerta hecha de cuerno, mientras que los sueños falsos se abrían paso desde una puerta hecha de marfil. De la tierra surgía un ser; a su vez, de éste brotaba una figura femenina. Un campo sembrado de criaturas desconocidas. «La noche trabaja en campos que el ojo humano no puede comprender», parecía decir una voz colándose por entre los hilos que afloraban a su alrededor tejiendo madejas de compactos nudos. El altavoz gritó su nombre una, dos, tres veces…el vecino de asiento tocó con timidez su brazo: —¿Es usted P.P.? —Pregunta. —¿Y usted? ¿Quién es? —Creo que se ha quedado dormida. Solo quedamos los dos en la sala por lo que supongo que el nombre anunciado debe ser el suyo. Atrapada en la más agobiante normalidad