MUÑECAS
Siete hermanos. Seis chicas y
él.
Cada navidad alrededor del
árbol se amontonaban vistosas cajas con lazos, regalos y más regalos sobre los
que se abalanzaban sin piedad, rompiendo lazos y papel que crujía bajo las
manos del descontrol.
En cada caja una etiqueta con
el nombre del destinatario. Sin sorpresas: cada hermana recibía su
correspondiente muñeca. Él, un tanque de guerra, un camión, una pelota…nada
nuevo, siempre los mismos artefactos horribles. Entretanto, guardaba el absurdo
deseo mientras rasgaba el envoltorio: «Esta
vez será una muñeca».
No, a sus padres jamás se les
hubiera pasado por la cabeza que, en el hueco más recóndito de su querido hijo,
heredero del emporio que en día creó su tatarabuelo, soñara con muñecas. Lo
hacía, ¡vaya si lo hacía! Veía a sus hermanas, envidiaba sus posesiones. Quería
disfrutar de lo que a ellas por género, tradición o leyes no escritas les era
asignado. Solo su hermana Olivia percibía este deseo en él.
—Toma, te cambio mi muñeca por
tu tanque. —Dijo Olivia.
—Gracias, pero prefiero mi artefacto
a tu estúpida muñeca. —Contestó él con disimulo impostado.
En las habitaciones, sus hermanas entre decenas de muñecas, se derretían en el escenario de una vida fingida, a la espera de que alguien redimiese lo que les era destinado. No querían ser un adorno, no querían estar colgadas en la «estantería» de cualquier lugar; querían otra vida, sin tules ni gasas. Anhelaban un vaquero desgastado, unas zapatillas agujereadas por guijarros y piedras de kilómetros vagabundeados. Deseaban andar, hablar, manifestarse… aspiraban a algo más que a adornar la vida llena de sueños de unas niñas; imaginaban príncipes encantadores, desteñidos al primer lavado de cara. Muñecas de la vida.
Cinco metros más abajo,
abuelas fabrican muñecas de trapo cuando no cabía otro recurso para una clase
poco o nada pudiente. Abuela que va dibujando a contramano de aguja unos ojos
ciegos en el pingajo, que rellena con vedijas recogidas a golpe de riñón entre
eras y rebaños cual alegoría de lo que será el futuro de la destinataria.
Muñecas como metáfora de una vida plagada de sueños ¿cumplidos? Mientras, la
abuela, entre refunfuños le cose una boca a la muñeca, ella, sueña con la
muñeca ideal que un día al fin, por fin, dejaran los reyes en aquel suelo
gélido de baldosas frías y desteñidas en una vida para enmarcar.
Cinco metros sobre el nivel de
la oscuridad, las niñas «blonde» con
la «supersupersupervisión» de mamá
están alineadas y listas para la fiesta.
Olivia terminado el
reconocimiento sube las escaleras de tres en tres en dirección a la habitación
de su hermano. Dos ansiosos toquecitos en la puerta; sin esperar respuesta
cruza al otro lado deseosa de no ver lo que con toda certeza espera: una
habitación desierta grita a pulmón el destino de Pablo:
«Él,
solo quería una muñeca».
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