EN UN HOTEL DE LUZ

 

 

Una mujer, un hotel y un recepcionista dormido. 

Había viajado en varias ocasiones al país de la luz. Todo colorido, acumulando un resplandor amarillo por cada lado en el que la vista llegara a posarse.

Carolina experimentaba viajes astrales e interestelares con efectos especiales de índole alucinógena…Carolina era experta en viajar a través del tiempo y del espacio…pero, nunca antes se había encontrado en semejante situación. A la no vista del ausente portero de una vacía recepción, Carolina decidió motu propio encaminarse a través de la escalera hacia las plantas donde ella suponía se hallarían colocadas en sus correspondientes pasillos unas habitaciones que intuía bajo la clasificación de cómodas, sin saber por razones obvias si alcanzarían el calificativo de lujosas o serían como en tantos hoteles copias repetidas.

Sus pies se hundían en la mullidez de unas alfombras que parecieran recién estrenadas, como si nadie hubiera dejado aún su huella en ellas.

Carolina andaba casi de puntillas intentando no hundir sus plantas en aquel acolchonamiento mientras miraba a un lado y a su contrario sin saber muy bien qué es lo que buscaba, hasta que de repente ¡Lo encontró!

Una llave insertada en la cerradura de la habitación 333 captó su atención invitándola de forma subrepticia a traspasar el umbral. Y, claro, Carolina se entregó de plano a la seductora petición. Una vez dentro de la cámara su primera intención fue la de poner en práctica unas dotes detectivescas que para nada constituían su fuerte. Pasó de un espacio a otro sin apercibirse de lo que realmente habitaba en aquella estancia.

No hubo gritos, no existió la capacidad de resistencia pues todo se desarrolló en cuestión de un segundo, tiempo necesario para que Carolina dejara de ser quien fue hasta entonces para pasar, esta vez sí, a una dimensión donde una luz azul seguida de un resplandor inundó su cuerpo transformándolo en el ser que un día soñó ser creyendo en que aquella mutación era del todo improbable por no decir imposible.

Sus amigos no la buscaron en la creencia de que la «libre-Carolina» andaría inmersa en una de sus locas aventuras y que un día aparecería como si se hubiera desintegrado unos minutos antes.

Y Carolina ya no era, pero, si era.

Carolina por fin fue.

Carolina al fin «era».



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