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Mostrando entradas de diciembre, 2020

TEMPUS FUGIT

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  …Y el tiempo se fue…y no volvió…y vinieron otros tiempos con el hartazgo y el empacho de unos días sin sol… Y de las nubes ya no manaba el agua, sino una legión de cuervos que, en vuelo rasante terminaban por estrellarse contra el suelo provocando una explosión de desamparada negrura… —El tiempo pretérito no volverá… No volverán las gotas cristalinas que arrasaban todo al pasar y dejaban un rastro de límpida nostalgia… No volverán los pastores de sueños, guardianes de ilusión … —No volverás a pisar lo desandado… Volverán los desencuentros con su pertinaz machaconería, hasta hartarnos y desear dar marcha atrás cuando la imposibilidad de encontrarse, creaba la fantasía de un «buenísmo» que no era sino el reflejo de deseos  incumplidos… ¡Y me harté! me harté tanto, tanto, tanto…que dejé de soñar… convertido en un autómata transité el resto del camino… Y obvié la palabra maldita… Y olvidé iluminarme hasta apagar mi luz… Y me olvidé de hartarme hasta el hartazgo

LA GRAVEDAD DE SER O NO SER

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—¿Tan grave es? —De dejar de respirar, es… —¿Has probado a hacerle el boca-boca? —Y con un anillo de un millón de maravedíes, he probado… ¡Nada! —Pues sí que es grave, sí…los maravedíes resucitan a un muerto. —En este caso ya ves que no… Lo grave, lo auténticamente grave es enfrentarse al folio en blanco. Cuando nada surge, cuando todo son o frases hechas, o, cosas sobre las que has escrito mil veces ¡Eso sí es grave! Escribes como entrenamiento, como terapia a veces, sin nada interesante o como mínimo, algo que pueda crear expectativa para seguir la lectura. En su día alumna aplicada de los estoicos, aristotélicos, sofistas…acabé por confundirlos a todos en una suerte de caleidoscopio que, no acertaba a saber quién era quién ni qué era lo que andaba buscando. Pasé por el jardín de Epicuro y me perdí en las sentencias de Sócrates…Todo esto me ayudó, todo ayuda. Ahora escribo sobre aquellas cosas que no tienen importancia y que pasan sin pena ni gloria. Grave, lo sé. Muy g

EL PATIO SIN BUTACAS

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Sabido es que la costumbre termina por crear necesidad. Las cuatro «apocalípticas» se reunían todos los martes para lo que eufemísticamente denominaban: «arreglos de andar por casa», que no era otra cosa que contar acontecimientos del día a día desde un prisma desenfocado o en su defecto, caleidoscópico. Iria, Pia, Sol y Ela. Cuatro, eran cuatro proyectistas-descubridoras de entuertos —por hacer de ellas una definición caritativa— evitando así el adjetivo que en realidad se ajustaría a su «vocación». En el escenario de cartón-piedra que las recibía cada martes, se amontonaban actores paseando impúdicamente sus miserias, sin decoro ni vergüenza, danzando con el paso cambiado un ritmo inventado, desprovisto de armonía. Los camareros disimulando vagamente la apatía producida por ese discurrir, servían como autómatas con la mirada perdida en un punto inexacto. Siempre lo mismo. Siempre los mismos. Sin variación entre consumo y clientes, conformadores de un escenario libre de luces,

LA VIDA SIN TI

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Cada día de la semana trae consigo su color asignándole el correspondiente brillo, su oscuridad o su fracaso, su alegría, sus penas, sus triunfos y sus derrotas.  Unos estamos vivos y otros nos limitamos a respirar sin reparar en gastos tales. Es así, como se conforma la historia de cada uno a través de un caleidoscopio que distribuye a su antojo el color que ha de tener tu despertar. —El lunes fue blanco; blanco inocente, blanco humildad. —Dijo el primer actor. Hoy mi día es rojo... —Mi martes naranja me acarreó el éxito que tanto esperé. —Añadió el segundo. —Pues el miércoles me tropecé con el aura amarilla de la sabiduría que perdí aquel otoño de mil setecientos… —Anotó el tercero. —No estoy seguro, creo que era jueves cuando me aplicaron con nocturnidad y alevosía la espada verde de la envidia que, un rayo amarillo, consiguió neutralizar. —Reflexionó un cuarto. —Aprendí que los viernes son azules si a la confianza le añades calma y, estableces estabilidad a tus impulsos

EL FIN DEL MUNDO

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Erial yermo helado y seco. Territorio que simula un paisaje lunar con sus inactivos cráteres y un grupo de diletantes perdidos en su interior, en una búsqueda de la que ellos mismos desconocen el resultado. En la pared de la colina que tenían en frente una oquedad llamó su atención. La luz que salía hacia el exterior como una premonición invitaba a lanzarse dentro. Sus habitantes condenados al olvido se derretían sin posibilidad de retorno. Marañas de vías insuperables surcaban la cueva. En la mudez de sus habitantes se había instalado un tono decadente donde nada era ya reconocible. Todo se derretía en aquel escenario rocambolesco. Seres a los que nadie recordaba ya, condenados al olvido cubierto por una capa de polvo caído del inclemente cielo que en su día alumbró la senda que hoy oculta. Seres que han perdido la facultad del habla y el oído. Sordos, mudos, caminan por ese árido paisaje. Instalados en su sordera, no apreciaron las señales que instaban a preservar un territor