EL PATIO SIN BUTACAS
Sabido es que la
costumbre termina por crear necesidad. Las cuatro «apocalípticas» se reunían
todos los martes para lo que eufemísticamente denominaban: «arreglos de andar por casa», que no era otra cosa que contar
acontecimientos del día a día desde un prisma desenfocado o en su defecto, caleidoscópico.
Iria,
Pia, Sol y Ela.
Cuatro, eran cuatro
proyectistas-descubridoras de entuertos —por hacer de ellas una definición
caritativa— evitando así el adjetivo que en realidad se ajustaría a su
«vocación».
En el escenario de
cartón-piedra que las recibía cada martes, se amontonaban actores paseando
impúdicamente sus miserias, sin decoro ni vergüenza, danzando con el paso
cambiado un ritmo inventado, desprovisto de armonía.
Los camareros disimulando vagamente la apatía producida por ese discurrir, servían como autómatas con la mirada perdida en un punto inexacto. Siempre lo mismo. Siempre los mismos. Sin variación entre consumo y clientes, conformadores de un escenario libre de luces, oscuro, tan oscuro como posiblemente era su destino.
Y Pia, Iria, Sol y Ela tan compuestitas ellas, tan bien peinadas,
enguantadas y ensombreradas, debatían sobre aquel ambiente viciado, volcando su
apatía a través del disfraz de: «todo
está bien», en aquel decorado inventado para la ocasión de vivir.
—Iria: Casada con un muchachito de Valladolid que iba para médico y
se quedó en celador porqué la cosa no daba para más —la cosa entiéndase, era el
muchachito—. Se inventó una vida a medida, incapaz de proporcionarse la medida
de una vida plena.
—Pia: Tras tres fracasos prematrimoniales decide que, no hay mejor
estado que la ausencia del mismo. De las cuatro, es posible que sea la más libre.
—Sol: Infelizmente amarrada al matrimonio. Tres hijos ¡Y qué hijos!
El mayor en un centro de desintoxicación. El mediano va por la tercera repetición
de curso. El pequeño sigue los pasos de sus antecesores.
—Ela: La libre, la independiente —la llena de prejuicios— toda
apariencia, porque en el fondo lo que atormenta su interior es el miedo
irracional a ser descubierta.
Se conocen desde la escuela y, desde entonces, cultivan este juego de pintar la realidad aterradora de la existencia que un día se instauró en sus vidas, que creyeron coyuntural y que acabó por afincarse como definitiva. Afirman en sus encuentros que: «Todo está bien».
No mienten por vicio, sino por miedo. No mienten para engañar a su
contrario, sino así mismas. No mienten para conseguir favores, mienten para no
enfrentar sus miedos.
—¿Qué van a tomar las
señoras? —Pregunta rutinariamente el camarero aun cuando sabe de memoria la
respuesta.
—Lo de siempre —Contestan
a coro las cuatro ¿amigas?
Cual relámpago, Ela, como inducida por un resorte,
agarra su bolso, su abrigo y su sombrero:
—Hasta aquí he llegado. No soporto más ni estos encuentros, ni este escenario. No me llaméis, no me busquéis…no contestaré ninguno de los mensajes que quizá no me enviéis… ¡Me largo a vivir fuera de este escenario! Vosotras deberíais hacer lo propio.
¡Freedom!
El camarero soltó la
bandeja que fue a estrellarse contra el suelo y retumbó como una batería de
tambores; alcanzó a Ela en el último
escalón que conducía a la salida… ¿Nos perdemos?
—Nos perdemos. —Respondió
Ela colocándose el sombrero.
En el interior de cara
al escenario, Pia, Iria y Sol
enmudecieron por los restos, y, como alumbradas por las palabras de Ela, no volvieron a encontrarse.
A sus vidas llegó un
rayo —pequeño— de esperanza.
A veces es tan sencillo como que una de unas cuantas dé el primer paso para el cambio.
ResponderEliminarLa más valiente o la más inconsciente. Puesta la primera piedra...todo viene rodado...
EliminarGracias por comentar. ¡Saludos!