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Mostrando entradas de marzo, 2020

BULOS

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Una amiga acaba de chivarme esto por WhatsApp: Con las 20 gotas de lejía que me pongo en el café, estoy libre de pecado —y de contagio— hasta el apocalipsis final que, por otra parte, sea o no confirmado —lo del apocalipsis—, solo pido una cosa a todos los mandatarios del mundo, puesto que, a esta hora, pedirlo al que gobierna tu parcela, no sirve de «ná» … ¡por favor! —repito— por caridad del tipo que ésta sea, llámese católica o agnóstica… ¡Déjennos morir en paz! No existe peor muerte que el machaque constante de: «Vais a morir todos, los pecadores y los abstemios» … Ojiplática me quedo. Igual te libra del bicho, pero te deja el estómago inservible para el resto de la existencia por corta que esta se presente. —Digo, a sabiendas de que no me escuchará. Implacable, el reloj grita cada diez segundos: ¡Mil muertos más! Y, tú que llevas —has perdido la cuenta— del tiempo de inanición sin atreverte a pensar, pues ya se sabe de los peligros acuciantes que genera el entrechocar de

UN DATO DECISIVO

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Era un dato decisivo para reconocer lo que estaba pasando…ni las pruebas periciales, ni toda la investigación habían puesto hasta el momento luz en el caso, sino todo lo contrario. Habían quedado enmarañados entre papeles, declaraciones, idas y venidas que solo conseguían —por el momento— el efecto contrario: oscurecer más el asunto. Entre el caos de datos inconclusos, «dormía», sin que nadie se hubiera apercibido de ello una foto manchada de carmín junto con otros componentes no identificados. La impronta de una mujer flanqueada por dos tipos con cara de pocos amigos, vestida a la moda de hace un siglo. Ellos, de traje y corbata, zapatos sobre los que refulgía un polvo dorado, intentaban aparentar normalidad, —por no llamarlo vulgaridad—, pero no, todo clamaba en contra de la apariencia. El superior convocó a su equipo con urgencia de alarma a su despacho. Risas nerviosas, gestos que denotaban lo que querían ocultar. Una preocupación que no quería ser demostrada; por cuanto más

CUENTOS CHINOS

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—Abuelo, cuéntame un cuento chino. —…Y murieron felices y comieron murciélagos… —Abuelo ¿Qué cuento es ese? —Un cuento chino. —Pero no tiene sentido. —Si quieres que el cuento sea chino, no tiene que tener ni pies ni cabeza. —Es que tan corto… no tiene ninguna emoción.  —¿Corto? El cuento duró un lustro…las personas dejaron de comunicarse. Cuando sentían la necesidad de mandar un mensaje lo hacían moviendo los brazos y las manos con aspavientos. —¿Cómo un molino de viento? —Más o menos, pero un poco más ridículo. Todo dejó de ser como había sido por siglos. Maripili, dejó a su novio de toda la vida por un fabricante de papel higiénico —la muchacha apuntaba alto—, dejó de pintarse la raya de los ojos, dejó de lado sus tacones imposibles y terminó rezando el rosario tres veces al día por si surtía efecto contra toda aquella barbarie… —¡Abuelo! ¡Te lo estás inventando todo! —¡Calla! ¿No querías un cuento chino? Pues escucha y verás. —Maripili, vamos a morir to

UNA PIEDRA EN MI JARDÍN

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Despreocupada en el acontecimiento imprevisto que es la vida, vengo a tropezar con una piedra en mi jardín. Nada novedoso o digno de mención en un principio, si no es, por las consecuencias del después. Sigo mi camino, observo, disfruto del sol y me tiro a la bartola sobre la hierba que, a duras penas, se abre camino en medio de la sequedad que todo lo inunda. El día, con sus más y sus menos, pasa sin pena ni gloria, ni novedad que comentar. Al crepúsculo un dolor sordo se instala en mi gordo dedo del pie derecho; lejos de dar importancia al hecho que asumo como producto de la gran caminata que he infligido a mis pobres pies, dispongo los bártulos que acompañan mis duermevelas. El dolor sigue ahí: sordo. Sigo sin otorgarle valor, hasta que, en su condición de sordera, pasa a hacerse oír poco a poco como si no quisiera, pero, si quiere, como si me voy o me vengo, pero aquí estoy…no puedo seguir ignorándolo, se ha hecho patente. Subo el pie a lo alto de dos cojines convencida d

UN DÍA EN LA VIDA DE ENRIQUETA

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¿Qué le pasa a Enriqueta? —No me pasa «ná, ná de ná» … lo que pasa es, que lo que me pasa, es eso: «ná de ná». ¿Qué es lo peor que le puede pasar a alguien?: ¡qué no le pase «ná» … —¡Qué ínfulas se gasta la de enfrente! ¡Qué humos en el trabajo! ¿Qué recoños le pasará al personal? Seguro que no les pasa «ná de ná» … La vida plana, los sueños amarrados, la voluntad de no hacer «ná de ná» por remediar el vacío. ¡A ver si va a ser eso lo que nos pasa!… ¡Qué no nos pasa «ná»! Muchas veces es la ausencia, más que la presencia, lo que nos lleva a un estado de ansiedad. No por mucho desear, amanece más calmado. Enriqueta está distraída, a la espera de que algún acontecimiento sorpresivo la agarre sin previo aviso y, con su varita mágica convierta el «ná» en un todo o un algo que resuelva el devaneo en el que se encuentra inmersa. —A mí, no pasa «ná» desde que aquel día que recordar no puedo en el que tropecé con un unicornio azul que salió volando al percibir mi «ausen