UN DATO DECISIVO


Era un dato decisivo para reconocer lo que estaba pasando…ni las pruebas periciales, ni toda la investigación habían puesto hasta el momento luz en el caso, sino todo lo contrario. Habían quedado enmarañados entre papeles, declaraciones, idas y venidas que solo conseguían —por el momento— el efecto contrario: oscurecer más el asunto.

Entre el caos de datos inconclusos, «dormía», sin que nadie se hubiera apercibido de ello una foto manchada de carmín junto con otros componentes no identificados. La impronta de una mujer flanqueada por dos tipos con cara de pocos amigos, vestida a la moda de hace un siglo. Ellos, de traje y corbata, zapatos sobre los que refulgía un polvo dorado, intentaban aparentar normalidad, —por no llamarlo vulgaridad—, pero no, todo clamaba en contra de la apariencia.

El superior convocó a su equipo con urgencia de alarma a su despacho. Risas nerviosas, gestos que denotaban lo que querían ocultar. Una preocupación que no quería ser demostrada; por cuanto más empeño se ponía en ello, más olía a desazón. 

De regreso a su despacho, encima de todo aquel embrollo de papeles, asomaba como diciendo: ¡«mírame»! la foto con sus peculiares personajes. El inspector agarró la instantánea, observó, miró, remiró…hasta toparse con el resplandor dorado que cubría los zapatos de los dos tipos.

—Rita, que se presente de inmediato F. en mi despacho. —Ordenó a través del interfono.

—¿Qué hay de nuevo jefe? —pregunta con su habitual socarronería F.

—Dime que ves en esta foto, todo lo que llame tu atención, aunque en principio pueda parecerte una tontería.

—Veo, una chica guapa, dos tipos vulgares, ropa barata…

—¿Qué une a este trío?

—¡Vaya usted a saber! El gusto por el jazz, el póker, la bebida, los casinos o salir a cazar mariposas…

—No estoy para ironías, F. ponte manos a la obra. Quiero un informe completo sobre mi mesa a más tardar, mañana a primera hora.

 F. conduce hacia la salida en dirección —no sabe qué dirección tomar— hacia dónde dirigirse, por dónde empezar. ¿Y si la solución está como tantas veces encima de sus narices y es ese el motivo de que no pueda verla?

Piensa en P. Estará esperando, como siempre, como tantas veces la promesa incumplida de una invitación a una cena tranquila, y sexy, y real… y…y…

Piensa en su hija que espera de él una llamada que no tendrá lugar…piensa en su padre...

¡Clanc…! Pisó el freno como si quisiera parar el mundo. Un conejo había ido a chocar contra el parachoques. El ruido del impacto actuó de tal forma, que le devolvió en un tris a la realidad colgante del frente de su vehículo. El conejo despistado, desvalido, desubicado, aparcó sus huesos contra el artefacto metálico.

—«Pista: el conejo lleva puesto un zapato rojo, tras el impacto se volatiliza en una nube de polvo dorado» —Dicta a su grabadora.

¡Ahí estaba la clave! ¡En el polvo dorado! Miles, millones de partículas multiplicándose se esparcían por vericuetos ocultos hasta entonces. 

—El jefazo no va a creer esto.

Los pájaros paralizados, no pían, ni vuelan, ni trinan… La primavera suspendida por orden universal. Hasta nueva orden. Ni flores, ni trinos, ni corazones grabados en los árboles secos de un campo deshabitado.

Silencio. Miró el calendario; según indicaba la fecha, debería ser primavera, pero no, aquel duro invierno iba a durar un año. Ni luces, ni sombras, ni asomo de vida. Los gatos mudos, las palomas sin nada que llevarse al pico, los pavos reales —más reales que nunca— abandonaron el paraíso y lo cambiaron por el asfalto del desierto.

—«Sin pista alguna de la primavera», —murmura F. para sí.

Repantingado a la mesa de su despacho, el inspector volvió a la foto. Leyó el informe de F. sin dar crédito a lo que aquel relataba.  El zapato rojo aprisionaba una flor, una margarita sucia y triste. Aquella primavera que no fue, reemplazó las flores por un cielo gris contaminado de incertidumbre. Desde la foto, el polvo dorado ascendió hasta el techo, se posó en la claraboya, escapaba por las rendijas que la adornaban desde casi el día en que se instaló. Silencio. Silencio. Silencio.

El polvo dorado cubrió un universo negado a florecer.























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