EL TONTO DEL PUEBLO


Hace décadas cada pueblo tenía su propio «tonto» que, si bien se examina un poco o se rasca rápidamente se advierte que quizá tan tonto no era.

Por derecho ostentaba este título hasta el fin de su existencia. Cuando creíamos que esta figura había quedado extinta un informe de esos que proporciona alguna organización de «vaya usted a saber a qué me dedico» …desde ahí, decía, se hace llegar al personal el siguiente informe, bando, banda, arenga…arenque…—cada uno que adopte su propio unicornio—.

¡Qué no! Nada de extinciones, ni exenciones, ni escisiones, ni excepcionalmente, nada…nada de nada… ¡Qué esa figura no ha muerto! ¡Qué se han apiñado y creado un partido —o dos— político, para gloria y muerte del resto de quienes tenemos que soportarlos!




Se hicieron llamar: «DejadQueLosEstultosSeAcerquenAMí» …ya sé, ya sé…ahora diréis que ese partido no existe… ¡Existe! Y los que de verdad eran tontos, tontos, con todas las facultades intelectuales tan mermadas que no daban ni para juntar la ‘ele’ con la ‘a’…se reunieron alrededor de un jefe que era el rey de la indigencia intelectual…




Como en su día, los «NoTontosDelPueblo», consiguieron reunir una prole que aclamaba su inmundicia…y, como los tontos de verdad, y, tontos de justicia, lo eran por derecho propio, crearon un contubernio con el lema: «Si eres más tonto que Picio, aquí tienes un sitio». Claro, al calor de este eslogan, brotó cual setarral un ejército de necios …

Más, para cuando alguno —que tan tonto no debía de ser— se dio cuenta del embrollo, y, quiso huir de aquel club, se le echaron encima acusándole de todos los crímenes que en la humanidad se cometieron aun antes de que su madre lo hubiera parido.






Es más fácil que un elefante se columpie a que este club cuente con la suma de más de dos neuronas en la monta de todos sus miembros.

—¡¿Remedios?! ¡ese es nombre de mujer!, —dijo el padre del neófito— ¡de eso nada Paciana! ¡Ni lo sueñes!

—Tú ¿Cómo dices? ¿La remedio o el remedio? Pues eso, Remedios nunca podrá ser nombre que aluda al género femenino…será masculino, ya que, ni femenino, ni común, ni neutro, ni epiceno, ni ambiguo… ¡A ver si leemos un poco y nos ilustramos Epifanio!

Será fácil entender que Reme, como se le conoció el resto de su vida —nunca nadie lo llamó por el impuesto en la pila bautismal— iba de lo común a lo intrascendente, entre el trato discordante de unos progenitores que, no se ponían de acuerdo ni sobre la hora del almuerzo.

Con esa sabiduría empírica que atesoran las abuelas, ésta le dijo a su hija:

—No te preocupes, llegará a ministro o presidente de algo…las cualidades que posee son patrimonio de esos entes…

—¡Qué cosas tiene madre! ¡Ni que para ser presidente hubiera que ser tonto!

—Y más …a más estulticia, más probabilidades de llegar alto…te lo digo yo que tengo mucho visto…

Le pusieron al muchacho un maestrito que venía de uno de los pueblos de al lado y que tenía el temple y la paciencia del que sabe esperar por un triunfo más que improbable, pero que, aun así, no ceja en el sueño de llegar a conseguirlo.

—Reme ¿La ele con la a?

—Da…contestaba Reme.

—¿Dos más dos?

—Seis…

—Si tengo un caramelo y me dan tres, ¿Cuántos caramelos tendré?

—Cinco…

La abuela escuchaba detrás de la puerta.

—«Más que ministrable es. Espero vivir para ver que estoy en lo cierto; no es que quiera más vida para ver lo que ya sé, es solo que, quiero pasarle por las narices a mi hija que lo que digo y pienso es cierto. ¡A más inútil más ministrable!».

Llegado el día de la mayoría de edad —que no de la intelectual— Reme, con su maletita de cuadros marrones fue conducido por su padre hasta la estación de tren. Al padre se le resbalaba una lágrima alcahueta de la mejilla a los pies.

—¡Hijo mío! ¡Ten cuidado! escribe, llámanos, cualquier cosa, ya sabes…bla, bla, bla…

El pitido del bicho metálico resonó a lo lejos. Con un corto abrazo y sin soltar su maletita, Reme, se subió al tren…

—¡Cierra la ventana hijo, no te vaya a dar un aire!…

Cuando Reme llegó a la capital y pudo contemplar todo aquel ir y venir sin fin por calles, callejuelas y paseos, sintió que el suelo se derretía a sus pies. Él, a lo sumo, estaba acostumbrado a reunirse con su familia, maestro…y poco más, porque amigos como tal, no tuvo. Los chicos siempre se rieron de él, las chicas hacían mofa a su paso…y él…él…nunca se atrevió a enfrentarlos…

Llegó a la pensión que desde el pueblo había contratado el padre. Subió a su habitación, se tiró en la cama cubierta por una colcha raída, y, así permaneció sin movimiento alguno hasta la mañana siguiente.

A través de un pariente de su padre comenzó a trabajar como chico de los recados en la imprenta que este tenía, para desesperación del medio primo que no sabía cómo enmendarle la plana.

—A ver Reme, mira, ¡qué esto no va ahí! Sales de la imprenta, tomas la primera calle a la derecha…sigues recto hasta llegar a una plaza, ahí, pregunta por la calle Desesperanza trece, y, cuando la alcances, entregas el pedido…

—Vale…

Pero no, no valía. En los dos meses que llevaba de recadero no había conseguido entregar un pedido en la dirección correspondiente al mismo.

Una tarde a la salida del trabajo el medio primo en una especie de invitación solapada le llevó con él a un club que solía frecuentar…allí le presentó a un cuarteto de lechuguinos que, de entrada, a Reme lo dejaron impresionado. Su atuendo, su forma de hablar con un particular deje que hasta entonces él no conocía…

Hechas las presentaciones y tras un par de horas de charla insulsa por demás, quedaron en verse al menos una vez por semana…

Fue en aquel antro donde se inició la sementera que habría de dar razón a los vaticinios de la abuela…. el inicio de la siembra sobre lo que habría de salir de aquel encuentro.

Cada era trae consigo sus inevitables cambios. No por sabido, esto deja de pillarnos a contrapelo. Lo que en su día fue una figura que entretenía e incluso producía empatía y hasta un poquito de estima, ternura o afecto…hoy, había redundado en los mandamases de un país que no supo salir de su mal endémico: la incultura.

Así, Reme, reinó en el reino de la más absoluta de todas las indigencias intelectuales conocidas a lo largo y ancho de la historia. Era aclamado por sus súbditos que compartían con él el mismo grado de estulticia…y, aquel reino, se retroalimentaba acrecentado en número de acólitos toda una destructiva legión de imbéciles. No es lo mismo aplicar la propiedad conmutativa a unas peras qué a la multiplicación de estos seres.

La abuela sentada en su mecedora tejiendo una bufanda con los colores de la libertad mientras veía en el noticiero a su nieto, soltó, así como si no viniera a cuento, como no dando importancia al hecho…

—¿Te lo dije o no te lo dije? Llegó, llegó, vio y venció…

—¡Mamá, por favor!

 

 

P.D.

Mi pretensión era hacer un homenaje a la figura que en su día fue el tonto del pueblo, entrañable y divertida a veces, con un deje de tristeza al fondo. Pero se me ha colado por estribor esta soflama sin antídoto, y, me voy de lo impreciso a lo importante.

Sí, al tonto del pueblo. No, a estos tontos petulantes que lo son por propia naturaleza, la cual, no les deja ver su cualidad zopenca.

 























 

 

 



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