LA GALLINA PICASSIANA

El color rosa está sobrevalorado. Si la vida fuera rosa sería hiperaburrido ir de la Ceca a la Meca con todo rosa alrededor, el campo, los trenes, los aviones, la cesta de la compra…un señor que ha dejado de lado su traje gris…

Se perdería así todo un abanico cromático que pone salsa al camino.

Y, si no, que se lo digan a la tía Tula. Tenía en su haber una gallina muy particular, o caprichosa, según se mire: según su estado de ánimo, ésta, ponía los huevos de un color que, ella en su mente gallinácea asimilaba a su sentir.

A saber, los más de los días sus huevos eran azules; por más que este color se asocie a la calma, en ella rezaba como el día llorón por naturaleza. Era llorona la gallina de los huevos azules, aunque su empeño por disfrazar tal condición, la llevaba a reír como si estuviera loca, y, como tal era tomada por el resto del gallinero.

El grupo amarillo, el de las envidiosas, cacareaba a sus espaldas soltando sus capciosas risitas. Detrás, el grupo violeta: ni fú, ni fá…es que este color no da para más, es un color lúgubre en el que no conviene pararse más allá de dos segundos.




Cuando a la azul se le cruzaban los cables, amanecía poniendo huevos negros: ganas de quemar el gallinero.

Por suerte a este día le seguía otro en blanco: paz y concordia, y suerte para la tía Tula que, ese día hacía una tortilla como para una familia numerosa aprovechando el color, no fuera a ser que mañana amaneciera en verde…




El verde, dice una leyenda es el color de las guapas. La gallina azul, nunca se atrevió con este color que, además estaba acoplado a la esperanza. Ella esperar, lo que se dice esperar, nunca supo esperar nada, o quizá sí, pero no supo gallinoverbalizarse ni para sí.

Pero el peor de los peores era el día rojo; en esos días rojos, se tiene miedo sin saber por qué ni por qué no… ¡son los más terribles!, tanto que, ese día, no hay huevos en el ponedero…por miedo a que exploten…

La tía Tula le contaba esto a sus comadres alrededor de la mesa camilla, cosa poco recomendable sabiendo como sabía que, estas gallinocontertulienses, pertenecían al color naranja, y, por sabido se tiene que este color indica peligro inminente…





—Si explicas a tus vecinas lo que solo tú puedes entender, todo lo que conseguirás será que te den por loca. —Dijo la gallina azul.

Y llegaron de nuevo los días azules que, no eran sino la constatación de que, al disfraz de rebelde, había que echarle un remiendo, cosido, amarrado con hilo rojo y bordeado de blanco para contener un mar verde-anaranjado.

¡Ay de los días azules! ¡Ay de las gallinas rojo-lloronas!

Habrá quien piense que el azul es solo un color. Es mucho más. Es mar. Es cielo. Es tormenta. Es sentimiento. Es creatividad.

Tula, que un día —ni se acordaba dónde—, había oído hablar de un tal Picasso, y una sinergia de color vino a posarse en su mente, comenzó a indagar sobre la vida del malagueño-parisino y decidió a bote pronto, enviarle una cesta de huevos azules.

—«De seguro que esto le ayuda con eso de la creatividad que, es un don con el que se nace, pero al que no le viene mal una ayudita».

Cuando Picasso recibió los huevos en su estudio parisino, andaba naufragando por un mar de dudas sobre un cuadro que…total…

Agarró la cesta, y, se dijo: «igual con una tortilla de huevos azules, de pueblo, de la tía Tula» …

Y se obró el milagro. Nada más terminar el festín agarró el pincel, se plantó delante del mural y, fue visto y no visto, lo terminó en menos que canta un gallo, —una gallina en este caso—.

—«Lo llamaré “Guernica” en recuerdo de una prima mía, díscola porque sí, que vivió y murió en aquella villa».





Cuando la tía Tula vio en el noticiero el éxito del cuadro que más tarde recorrería el mundo entero, supo que su gallina era más que una ponedora discordante; ella lo supo siempre por más que el personal no creyera su historia.

—¡Qué historia Tula! ¡A ti esa gallina te está volviendo majareta perdía! —Exclamó la iluminada de turno.

Pero a Tula estos comentarios ya no le llegaban. Como respuesta antes de dar un zapatazo contra el suelo soltó un bramido:

—¡No me toques los güevos!

Exclamación que la gallina azul escuchó desde su nido, y, que, a partir de entonces entonaba cual loro cada vez que alguien se le acercaba.




Los días rojos, esos, en los que el miedo atenaza, los de raíz desconocida, cesaron… ¿O quizá quedaron solapados tras la puesta de los últimos huevos?

Como fuere, el caso es que, la tía Tula y su gallina se hicieron tan famosas como el tal Picasso, montaron una granja escuela de la que salieron grandes genios —reconocidos o no— nos han enseñado no solo a distinguir colores, sino a poner cada uno de ellos en el lugar que les corresponde.

Ellas se largaron bailando un tango negro-gris reflejado sobre un gran fondo azul…

—¡Y yo qué pensaba que todos los huevos eran iguales!

 


















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