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Mostrando entradas de marzo, 2019

DILETANTES

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¿Y tú? ¿Quién eres? —Preguntó el ingenuo diletante al experimentado monstruo. Las lunas se sucedían como cuadrigas en procesión. Mares de arena; mares de aves; mares de incomprendidas sirenas. —Como si fueras mi sombra; me sigues sin saber por qué ni para qué… ¿Acaso buscas refugio al amparo de mi espectro? Eso, será tu perdición -dijo el monstruo. —Yo, solo quiero bailar —respondió el aprendiz. —¿Sabes? Existen otras playas, otras visiones tras las que perseguir «eso» que no sabes que estás buscando. —El objeto no es el valor. Lo que cotiza al alza es la observación del camino —afirmó el diletante. —Nunca llegarás a nada —replicó el monstruo. —Te equivocas. He encontrado lo que no buscaba: a ti. —Comprendo —asiente el monstruo condescendiente. El mar de plata que avistaron en la lejanía los atrajo, arropándolos entre sus escamas. En el aire quedó suspendido el olor de todo lo incomprendido durante aquel trayecto fagocitador. El significado último de lo inaceptabl

EL TERCER OJO

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                          Cruza la calle como cada mañana. El mismo lugar. La misma hora. Algo ha cambiado en su manido paisaje. Incapaz de sustantivar «aquello», continúa, tratando de esquivarlo. El tercer ojo lo vigila, sigue sus pasos sin darle alcance… Delante de la puerta de la mazmorra que ocupa desde hace dos años, al nivel de la cancela de acceso, siente la fuerza inmovilizadora que le deja petrificado sin redención ante una entrada que ya no cruzará. La musaraña invisible ha desaparecido llevándose su sombra. Es en ese instante cuando determina y reconoce la identidad de la «musaraña»: miedo.           Este relato ha sido seleccionado para: Resultados del VIII Concurso: «Pluma, tinta y papel».   Felicidades amig@ literari@, Su obra ha sido elegida en el VIII Concurso de Microrrelatos: «Pluma, tinta y papel» y formará parte de la antología que llevará el mismo nombre.  

VENERANDA

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La casa de tejado bajo, estrecha fachada, ventanas diminutas, ocupaba un breve espacio en la esquina de la plazuela. A simple vista parecía un cuchitril mal fabricado y, en realidad, eso era. Por todo lujo tenía una cocina con chimenea, un dormitorio y un pasillo que terminaba en un minúsculo corral poblado de trastos y algunas gallinas. En tiempos había tenido aposentado en un rincón del pasillo una mercería. Allí acudían las mozuelas a por sus lazos y puntillas, hilos, agujas y demás cachivaches con los que acicalarse. Los inquilinos de aquella mansión eran tres: padre, hijo y una hija. El nombre de ella fue el opuesto a todo lo que sería su vida. Se llamaba Veneranda «digna de ser venerada». A la muerte del padre quedó cuidando de su hermano. Mientras él estuvo ahí, todo transcurrió con normalidad entre esa especie de nube suspendida que es el tiempo en una aldea mesetaria.    —  ¡Veneranda! —Gritó una voz desde el umbral.  —  ¡Vaaaa! «qué prisas y que desgañite, válgame