VENERANDA
Los inquilinos de aquella
mansión eran tres: padre, hijo y una hija. El nombre de ella fue el opuesto a
todo lo que sería su vida.
Se llamaba Veneranda «digna de
ser venerada».
A la muerte del padre quedó
cuidando de su hermano. Mientras él estuvo ahí, todo transcurrió con normalidad
entre esa especie de nube suspendida que es el tiempo en una aldea mesetaria.
— ¡Veneranda!
—Gritó una voz desde el umbral.
— ¡Vaaaa!
«qué prisas y que desgañite, válgame el cielo».
— A los
buenos días, —suelta medio sin ganas la parroquiana cuando la ve aparecer tras
el mostrador.
— ¿Qué
se te ofrece esta mañana?
—
Mira, quiero un pasacintas para una enagua, pero ha de ser fino y
elegante que es un encargo de la señorita Leocadia.
Veneranda trastea entre cajas;
saca una con la tapa corroída por el tiempo y la humedad del chisquero.
— De
aquí seguro alguna te sirve. Las encargué a Salamanca y son de lo mejorcito.
Cualquier señorita de postín las lleva en su ajuar.
La compradora rebusca entre varios carretes y
al fin se decide por una.
— ¡Esta! Tres metros y medio me vas poniendo
si haces el favor.
La tendera recoge el carrete, mide,
corta…envuelve y entrega la mercancía con una sonrisa ladeada.
— Aquí tienes. Qué todo vaya bien.
La parroquiana recoge el
paquete. Sin mucha convicción, se despide, levantando la mano en un adiós
acelerado.
Veneranda, en su cubículo, se
queda pensando sobre lo fácil que es la vida cuando se está a solas. Clientas
impacientes…la sacan de sus casillas.
Al atardecer aparece el
hermano montado en su pollino. Ella le ayuda a quitarse las albarcas y los
demás utensilios junto con la ropa mojada de haber trajinado todo el día entre
surcos.
—¿Qué hay de cena?
— Sopas de ajo y torreznos.
Se sientan en silencio a la
mesa compartiendo las miserias de su vida.
Un día el hermano se retrasa.
Ella, piensa que se le habrá dado mal la labor y que aparecerá más tarde.
Cuando la noche se cierra sobre la aldea, empieza a sospechar que algo nada
bueno debe de estar ocurriendo. Como no tiene vecinos a los que despachar sus
pesares, se calza unas botas de goma de su difunto padre y tira camino al
campo. Con un farol de la mano que apenas le sirve para ver donde pone el pie,
llega a la finca. Detrás de unos matorrales, encorvado, con la cara pegada al
suelo, encuentra a su hermano. Lo agita con desesperación…no hay respuesta…
Echa a correr con el apremio
que da el miedo de no saber hacia dónde tirar.
Al funeral asistieron las
cuatro viejas del pueblo y los chiquillos que no se perdían ni una, así fuera
funeral, bautizo o boda.
Ella, lo despidió entre gritos
y llantos, tan exagerados que, resultaban cómicos.
A partir de aquí y más sola
que la una, empezaría un calvario que solo terminaría con su última boqueada.
Cantaba a gritos barriendo la
puerta de su casa. Cerró la mercería. Se vestía de forma extravagante. Comenzó
por colocarse adornos a mansalva, colgados de cualquier forma en sus ropas.
Asearse no era su actividad favorita…
Cantaba…cantaba…cantaba…
Los chicos del lugar
comenzaron a fabricar canciones con las que le agasajaban a diario. Golpeaban
la ventana y puerta de su casa gritando:
—¡Guarra!
—¡Veneranda la guarra! ¡no se
lava!
Una serie de lindezas todas
con la misma temática.
Al principio pareció no
importarle demasiado y lo dejó pasar. Pero como quiera que sea que toda
paciencia tiene un límite, se cansó, se cansó de escuchar la misma cantinela a
todas horas…
Cuando el envite de los
muchachuelos colmaba su resistencia, salía corriendo tras ellos lanzándoles
piedras. Esta batalla llegó a anquilosarse de tal forma que se convirtió en el
pan nuestro —suyo— de cada día.
Cuando por el pueblo aparecía
de tarde en tarde la pareja de la guardia civil ella iba y les relataba la
historia. Los verdes asentían con prevención a lo que creían fantasías de la
vieja. Jamás tomaron cartas en el asunto.
—«Hay un lazo azul en la
ventana. Alguien debió ponerlo en la noche ¿Significa que mi hermano va a
volver?»
Por el pasillo farol en mano
una voz familiar clama su nombre: ¡Veneranda!
Ella se deja llevar entre
lazos, puntillas y enaguas…
Los chicos que tanto calvario
le dieron, la visitan ahora en su nueva casa…
Nunca falta en ella un ramo de
flores.
Fabulous post
ResponderEliminarMuchas gracias. Saludos.
EliminarPlease read my post. rehanaexperience.blogspot.com
ResponderEliminarAprender a perdonarse. Estupendos escritos.
Eliminar