AQUEL EXTRAÑO VERANO
Aquel extraño verano de
espacios vacíos de areneros sin niños…
«La corteza de la cara oculta
de la luna es hasta quince kilómetros más gruesa que la de la visible, no se
sabe por qué…» —Mientras leía un artículo de revista astronómica contemplaba el
silencio atronador que empapaba el espacio y, pensó que el astro es como una
pérfida mujer de dos caras que en el tardío vagar, deja oculta su auténtica
esencia—…
¿Cómo era posible que nadie lo
hubiera notado? La luna se había aproximado tanto que su lado oculto había
quedado iluminado por el sol.
Cruzó la puerta del café
literario con la intención de seguir indagando en su estudio sobre el mito de Apolo y Dafne. Tomó asiento en la mesa
compañera de desvelos desde hace…ya ni se acuerda el tiempo dedicado a escritos
—él los llamaba embrollos— que compartía con aquella silenciosa y acogedora
compañera. Desde aquella posición se divisaba el inmenso campo que rodeaba la
ciudad ¿Qué hubiera cambiado en la historia de estos seres mitológicos si Dafne hubiera aceptado a Apolo con la resignación de convertirse
en la cara oculta de este ególatra?
Si Eros hubiera disparado su flecha de plomo contra Apolo el curso de la historia habría
campado por otros derroteros, y quizá, Apolo,
convertido en laurel se hubiera dedicado a reconocer los éxitos de otros
dejando a un lado su narcisismo.
La luna muestra su cara
invisible, su lado oscuro, revelando un secreto que de esta forma ha perdido su
condición: un vergel donde la vida transcurre, donde no existe el
espacio-tiempo, donde el presente sucumbe en el mañana, se pierde entre el
visillo de una tela de araña. Ni Dafne
ni Apolo desde sus respectivas
apetencias supieron ver la otra cara de la luna, autodestruyéndose en un mar de
vanidades.
¿Cómo era posible que se
hubiera borrado todo recuerdo anterior a aquella mañana? Lalo se afanó por
encontrar respuestas a una noche que, como las hojas en blanco de un libro
contenía todas las incógnitas abiertas, punzantes; no comprendía el porqué de
aquel borrón. Recorrió los lugares que se habían convertido en hábito desde
hacía lustros, preguntó…no había respuestas…
…Y de repente ¡La vio pasar! Pero,
¿Cómo era posible? ¡Allí! ¡Al alcance de su vista! ¿Entonces? ¿Era cierto? De
un salto alcanzó la acera en un intento por detenerla, preguntar, saber ¿Y tú?
¿Quién eres?
Ella, cual estatua dafniana,
él, un frustrado apolíneo. Unidos por un choque estelar, se olvidaron con la
aparición del primer rayo lunar. Estos dos seres al igual de tantos, pasaron a
los invertebrados anales de una historia que al carecer de principio hace
imposible una conclusión.
«Apolo
en su escritorio no conseguía encontrar un final aceptable para su novela.
Dafne se había autoinmolado».
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