LAS MUSAS


Si las musas pasan de ti, haz lo mismo: escribe, mira, observa, piensa, cuestiónate porque una aceituna es oval y no cuadrada.

¿Por qué el plato hondo tiene una funcionalidad distinta al llano?... ¿Por qué las llanuras de Castilla se parecen poco o nada a las praderas de Escocia?...

Ni compromiso con el pasado y mucho menos con un futuro que siempre será incierto. La inspiración para vivir es levantarse y respirar, tirar p’alante sorteando la escasez iluminatoria que nos lleva a repetir tres millones de veces todas las cretineces que conforman lo insulso de nuestra naturaleza.

—…Y, a ti… ¡Te llamaré «musa»! … —Dijo mirando al tragaluz del techo que amortiguaba el triste color de la estancia.

Pero la musa elegida estaba maldita y, cada vez que por suerte terminaba de emborronar un folio, a la mañana siguiente este aparecía tan pulcro como una sábana blanca.






Necesitaba con urgencia encontrar una cabina de teléfono. Hacía días una especie de presagio lo tenía agarrado como una mano invisible del cuello. La presión se extendía de la garganta al estómago y de éste, al hígado, difuminándose por cada una de sus vísceras. No supo ni cómo llegó a aquel barrio olvidado, poblado de basura, escombros, deshechos anónimos desde donde se cruzaban sin saludarse ratas y lagartos.







—¡Una cabina de teléfono, por favor!

Solo un loco o un iluminado se hubiera atrevido a transitar por aquellos andurriales y mucho menos a soñar con encontrar allí un teléfono. Ni siquiera era la desidia de los politicuchos de turno lo que daba paso a aquel desastre, era algo mucho peor: el olvido. Un férreo olvido y una voluntad de ocultar o desentenderse de la fealdad que acompaña la pobreza.

—Ya he pasado por aquí.

No, no es que anduviera en círculos es que manzana tras manzana, el paisaje no variaba, era siempre el mismo. Difícil orientarse entre tal basurero. No encontraba forma de salir de aquel laberíntico espacio. Ni una luz que pudiera orientarle, ni un alma al que poder preguntar.

Se sentó dejándose caer como un saco de piedras. Al desasosiego que venía experimentando se unió un miedo enfermizo a no poder encontrar la salida de aquel arrabal.

—¡Una cabina de teléfono, por favor! —Seguía clamando para sí.

De la oscuridad surgió un gato que enfrentó su mirada triste y de paso le propinó tal susto que de no haber estado en el suelo se habría dado de bruces contra él. Lanzó una patada con la intención de espantar al felino que seguía ofreciendo su triste mirada sin inmutarse.

La noche en aquellas calles abandonadas inspiraban algo indefinible que subía por la columna vertebral ejerciendo un tremendo poder sobre su cuerpo.

—¡Una cabina de teléfono, por favor! ¡He de hablar urgentemente con mi editor!

En el despertar, sobre el escritorio encontró tres cuartillas garrapateadas, sucias, con las huellas mullidas de una pata de gato y una nota final:

—«No llames al número que intentas marcar, no existe. El teléfono no será tu musa inspiradora. Las musas están sobrevaloradas. Como mucho se les puede reconocer la misión de inducirte a transitar por caminos no explorados. Tú verás, mejor ponte a escribir y quizá vengan a visitarte en sueños».

 

—«La Musa del olvido se olvidó de mí».


















Comentarios

Cuentos chinos

EL ÉXODO DE LA PALABRA

LOS ABRIGOS DE ENTRETIEMPO

SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO

CÍRCULO SUSPENSO

LOS SIETE PECADOS CAPITALES

LA HUIDA

CAMINANDO POR LAS POSTINERAS CALLES DE MADRID. —La belleza de lo feo—.

CICATRICES: LA CASA CUBIERTA DE OLVIDO

INDIGENTES INTELECTUALES: LA SIEMBRA

ECLIPSE