EL VIAJE DE CASTO
Su sueño durante años fue alcanzar subirse a ese tren. Los sueños son como advenimientos que habitan el
subconsciente al que tantas veces ignoramos hasta que llega el día en que se
presenta de forma no tan inesperada como creíamos que pudiera llegar a ser.
La noche anterior Casto se revolvía en su
cama, tiraba de las mantas, retorcía las sábanas inquieto, sin poder conciliar
el sueño, solo de vez en cuando caía en un duermevela del que salía empapado en
sudor.
Entre sueños incapaz ya de distinguir
realidad de ensoñación abrió los ojos hinchados y rojos por el efecto insomne; posó
una mano en la pared tratando de no dar con su esqueleto contra el suelo, se
dirigió a la cocina, prendió la luz, agarró un jarro de agua que vertió sobre
su cabeza tratando de despejar esta.
Ni por esas. El sueño del tren le tenía
agarrado por las meninges amenazando con hacer saltar la duramadre mientras el
sistema parasimpático se peleaba con el simpático ganando este último por
goleada. En vista de los acontecimientos y, para mejor decir, gracias a todos
estos inconvenientes, Casto tomó la decisión que venía eludiendo hace años:
tomar un tren. Con la cabeza chorreando llegó a su cuarto. Una maleta cubierta
de polvo esperaba desde hacía impenitentes años a ser bajada del altillo. Puso
en ella lo que creyó imprescindible para lo que se suponía iba a ser un corto
viaje. Agarró el resto de sus bártulos y con su viejo gabán su sombrero y su
paraguas tomó dirección hacia la estación de tren.
Un número indeterminado de clientes paseaban
arriba y abajo del andén con una increíble displicencia como si no tuvieran la
menor prisa para llegar a su destino. Esto desconcertó de forma extraordinaria
a Casto que no entendía tal pasividad, él, deseoso de iniciar un tránsito del
que no tenía certeza alguna por el momento ni del cómo ni por donde terminaría discurriendo
aquella aventura.
Un pitido sordo y un chirriar de frenos de
la locomotora trajeron de vuelta de su ensimismamiento a Casto que de inmediato
agarró su bolsa y se dispuso a tomar posesión de su lugar en el vagón. El tren
avanzaba según lo previsto; había transcurrido más de una hora de viaje durante
la cual Casto vencido por el insomnio de la noche anterior se vio vencido por
un profundo sueño. Al despertar y mirar a su alrededor comprobó estupefacto que
era el único viajero del vagón. Todos los demás pasajeros habían desparecido. El
desconcierto lo dejó pasmado. Corrió en busca del revisor. Abrió puertas.
Recorrió pasillos…nada…la nada inundaba todo…llegó hasta la cabina del
conductor…nada…vacío absoluto…a punto de echarse a llorar, desesperado,
confundido, perdido… escuchó nítidamente una voz sin poder precisar de donde
salía:
«Este
es el viaje impostergable que tanto has querido eludir. El viaje ha terminado.
Fin».
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