EN LA ESTACIÓN
El viaje en tren es quizá la
más certera de las metáforas de la vida. Se va de una estación a otra, de un
modelo de tren a otro, recorriendo un mapa infinito en el que, el viajero,
ansía perderse, guardando en lo más recóndito el deseo de retorno al lugar donde
nadie lo espera, pero, que por desgastada costumbre, no logra desterrar de su
anhelo.
Se viaja con la pretensión de salir de una vida en ocasiones incómoda, que sentimos no nos pertenece, tratando o soñando que el viaje traerá hacia nosotros el paraíso necesitado, otra vida, otras quimeras, obviando a la vez, que todo lo buscado a través del chirrido de los raíles, el lugar preciso y precioso pretendido, ha sido pateado una y mil veces…
Tarde comprendemos que ese lugar es el que habitamos, que no está a mil kilómetros ni a diez mil, que el viajar descubre en cada paisaje que todos los paisajes son uno y todos los lugares de la tierra el mismo ocupando distinto punto cardinal.
En cada parada, en cada
estación se establece un nuevo sueño que lleva al viajante a buscar próximo
destino, aún no sabe que la solución está en la última parada, siempre y cuando
el tren que dejó pasar no fuera ese que nunca llega o lo hace tarde, el tren
que llega antes de lo señalado mientras los paneles anuncian la llegada de un
tren equivocado.
La vida es un eterno viaje en
tren. A veces eres locomotora, otras, vagón de carga, continente de sueños,
afanes y dichas.
Y por fin ante nuestros ojos
se presenta la estación fantasma indicadora del final del viaje donde toda
maleta es por demás innecesaria.
Y los que descarrilan y se les acabó el viaje y las esperas en el andén.
ResponderEliminarFinal de un trayecto sin previo aviso, con alevosía, y a veces, con nocturnidad...
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