AL FINAL DE LA ESCALERA
Su vida había sido hasta el
momento una auténtica escalera en espiral. Su ego, su mal entendida autoestima,
su forma de dar vueltas hasta conseguir los objetivos que soñaba cada noche y
quería hacer realidad al nacer el día, le llevaba a cometer toda clase de actos
inmorales con tal de alcanzar su meta… en cada escalón se pergeñaba un nuevo
despropósito. Si el de hoy parecía insuperable, el de mañana lo pasaba de
frenada con total impunidad…
El recibidor era un entramado
de columnas alineadas contra toda extravagancia de deseo soñado. Un pasillo
marrón en el envés con sensación inagotable, columnas que apuntan a un infinito
cruzándose con el ansia de alcanzarlo. Pilares que sujetan paredes emborronadas
de pasado. La sensación de traspasar el umbral presente hacia lugares por
explorar. Aberturas que invitan a adentrarse y recorrer los mágicos pasadizos. Arquitectura
sujeta a la siempre antojadiza resolución del tiempo.
Un ánfora en un rincón del
recibidor llevaba incrustada una aldaba que, al accionarse, separaba el suelo
descorriéndolo como si se tratara de una cortina tras la cual aparecía una
escalera enroscada cual serpiente. A medida que cada escalón era superado,
este, desaparecía dando lugar al siguiente. La incertidumbre crecía con cada
paso emitido pues era imposible adivinar en que momento quedaría suspendida la
aparición del siguiente peldaño. Hasta ese momento la magia parecía gozar de
eternidad. No por sabido se acepta que, en el universo, nada permanece imperturbable,
y todo muta en constante circulación.
La escalera giraba en espiral
hacia el inadivinado interior. A ráfagas un olor metálico asciende mezclado entre
nubes de vapor que logra atrofiar y confundir los sentidos, estado de confusión
que era en sí mismo desde el momento en el que se atrevió a pisar el primer
peldaño, condición predominante.
De repente el balanceo de un
cuerpo ya incontrolado intenta colocar el pie en la siguiente grada. Ya no
había donde hacer pie y la caída era inminente ¿Pero hacia donde la caída? ¿Qué
había al final? ¿O la caída era infinita?
Existe un tiempo más allá de
las estrellas donde columnas lumínicas se arremolinan iluminando el camino de
un porvenir sin sombras.
Imposible calcular el
espacio-tiempo que quedan confundidos entre no se sabe si horas, minutos, días,
semanas…
En un estado semiinconsciente
no reconoce nada de lo que rodea su ser. Un nuevo mundo en el que al parecer
era el único habitante.
El teléfono resuena impenitente en la oficina
de un dios al que se accede con un número cuando menos sospechoso: seis ceros iniciales,
le siguen seis seises y, a estos, le suceden otros seis ceros: señal
impertérrita de «comunicando».
Truenos, rayos, centellas… la
noche en que la tormenta dio paso a que, por fin, ese distraidísimo señor de
las alturas, descolgara por fin la llamada para colgar a continuación con un
exabrupto: ¡Esto es un infierno!
Escalera hacia el infinito.
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