EL COSTE DE LOS DÍAS SIN SOL
No extrañéis dulces amigos que
mi frente esté arrugada.
Mi espalda cual acordeón
anudada al corazón de una tierra desierta de manos ayudantes.
En el olor de un último
abrazo, aprendí a decir «No».
Nudos que embargan el consuelo
de un contacto.
Lágrimas empolvadas en un
desván de cobardía.
En la tarde olvidé el coste de
la cuesta.
Llegó otra estación con
empacho de días sin sol.
Las nubes arrojaban una legión
de cuervos que en vuelo rasante se estrellaban contra el suelo provocando una
explosión de desamparada negrura.
Mientras, mi piel apergaminada
no aparecía en el espejo.
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