RITUALES

Cada mañana el despertador es el anunciante inmisericorde del ritual que inicia con el amanecer.

Así, de entrada, en el nuevo día nada hacía presumir los acontecimientos futuros. Pero… ¡Cagüen t’ó! ¡Siempre hay un, ‘pero’! …

Fue entrar al baño y ver su figura reflejada en el espejo que como de todos es sabido es un artefacto sin alma…y ver que le faltaba una oreja…

¡Sí!, ¡Una oreja! Así como suena…—en este caso sin sonido— en su lugar, una oquedad fría y muda…

¡Mi oreja! ¿¡Dónde está mi oreja!? … ¡La madre que parió al pato de colores!… ¿¡Qué cojones ha pasado aquí!? …

Ofelia lo llamaba desde la cocina para el desayuno, pero, él, no podía oírla, o para mejor decir: oía la mitad del mensaje con el otro órgano que de momento seguía ahí, donde lo pusieron al nacer…

—¡Federico! ¿Es que no me escuchas? ¡Qué hombre! —grita Ofelia por cuarta o quinta vez.

Federico, llora ante el inmisericorde espejo. No entiende nada. No puede comprender como se perdió su oreja, así, sin previo aviso, sin acuse de recibo, sin notificación y sin membrete. Imposible en esta situación seguir con el ritual mañanero.

¿Cómo me coloco las gafas, el cubre morros, los auriculares? …y llora, y llora…y llora…






Ofelia sale de la cocina a la búsqueda del marido perdido soltando onomatopeyas nada delicadas en ofrenda al ausente.

Cuando abre la puerta del baño enmudece repentinamente sin ánimo para seguir con los insultos…no atina…no sabe cómo encarar, como atreverse a pronunciar algo entre coherente y apropiado a la imagen que se clava en su retina.

—Federico: se te ha caído una oreja…

—¿¡No me la habrás cortado tú mientras dormía!?

—¡No digas enormidades! ¿De qué iba yo a hacer tal cosa? ¿Estás loco?

Al unísono como empujados por un resorte dedicaron el resto a buscar la oreja perdida, era imposible que hubiera desaparecido así, sin dejar rastro. Por narices —o por oreja— que debería estar en alguna parte…

El ritual de aquella mañana trastocó todo el resto de los ídem que seguían al primero. Federico, oía la mitad de lo que se decía a su alrededor con lo cual, le era más que dificultoso seguir cualquier norma u orden.





Ofelia, pidió el divorcio, pero, dado que Federico solo escuchó «orcio» que, como bien es sabido significa «tarro de vidrio para guardar miel» supuso que Ofelia lo que quería en realidad era el manjar abejil.

Ante la imposibilidad ya oficial de que Federico pudiera entender nada de lo que ocurría a su alrededor, este, decidió motu proprio iniciar nuevos rituales que ayudaran a componer una nueva existencia:

—«Soy sordo, luego escribo».

Y, de ahí en adelante se dio a la tarea de escribir todo lo que no conseguía entender.




Dicen por ahí que hubo de adquirir, y, así lo hizo, un par de propiedades en el campo con sendos pajares que llenó de estanterías donde se acumularon miles de cuadernos garrapateados, en lo que además de las anotaciones de todo aquello que no podía escuchar a sus interlocutores, había una suerte de detalles explicativos sobre la personalidad de cada uno. 

Moraleja: igual sea bueno perder para ganar. Cambiar las mil y una necedades que escuchamos cada día por un escritorio no puede considerarse pérdida sino hallazgo.

(Mi vida como sorda me lleva a considerar que no todo lo que se oye sirve, ni todo lo no oído es imprescindible).

 



















 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. Tiene que ser duro escuchar en monoaural. ¿Dónde estará la oreja? ¿Estará con la pierna perdida de una entrada pasada? Nuevos rituales comienzan en la vida del desorejado parcial de Federico.

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    1. Toda una incógnita. Peores emparejamientos se han visto...¡Saludos!

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