¡CÓMO NO SE ME OCURRIÓ A MÍ!
El taller de arquitectura, chapa y pintura de la calle Desengaño 69, albergaba todo un conjunto heterogéneo de pupilos y pupilas venidos de menos a más y de más a menos.
Llegaban con una mochila cargada de sueños que iba
vaciándose a medida que se sucedían las maniobras en el transcurso creativo,
convertido en zurullo una vez encima de otra…y otra…
Lucía, llegada apenas unas
semanas atrás, se veía así misma como la MiguelAngela
postmoderna…cargada de ideas que no conseguía cristalizar o embadurnar o
modelar…
Mirto —ya perdonó a sus padres
la asignación atributiva del apelativo—, estaba abducido por el surrealismo, y,
sí, surrealista le venía al pelo, porque todo lo que conseguía hacer en el
torno era surrealista hasta la raíz misma de esa escuela. Lástima que no fuera
apreciada por quien con suma valentía conseguía poner los ojos en la cosa
creada desde otra dimensión: el ensimismamiento.
Cada miembro del taller tenía
su impronta, indefinida, sí, pero de momento y aun por explorar era el valor
con el que cada cual llevaría a cabo el sueño de convertirse en artista.
El profesor iba y venía por
entre los alumnos enfatizando la mirada como si con ello quisiera clavar una de
sus pupilas en lo que en ellas quedaba reflejado. No se resignaba a que esta
remesa de alcornoques que el destino le vino a otorgar, sirviera para poco más
que hacer botijos ‘cuadraós’. Cuando
no podía soportar más tanta vulgaridad salía fuera y se fumaba un puro; en los
anillos que el humo formaba veía el porvenir de aquella manada de macacos con
pretensiones de artistas.
¡Y el séptimo día del mes
séptimo del año séptimo! ¡Albricias! ¡Resucitó!
Como cada día abrió las
ventanas del taller; la luz entraba tímida a esas horas hasta que con el
transcurrir de la mañana su fulgor iluminara hasta el último rincón del
estudio. Los alumnos llegaban a cuentagotas, tomaban posición en sus puestos y
se afanaban en el ritual diario de una creación que no era, que no aparecía,
que era un bufo total para desesperación de maestro y condiscípulos. A punto de
salir a saborear su habano antes de que su recalcitrante cacofobia lo agarrase
a traición, desde uno de los rincones tomados con conocimiento de causa por
Reme a fin de pasar lo más desapercibido posible entre el grupo, al levantar
este el lienzo que cubría el montón de barro comenzado a modelar en días
anteriores, enmudeció, ante lo que creía vivir como una visión posible fruto
del ardiente deseo que una de sus obras cobrara vida.
El montón de arcilla se había
transformado en un ser a imagen y semejanza de su creador y parecía que en
cualquier momento iba a hacer uso de la palabra. En un arrebato de miedo inició
la maniobra de volver a cubrir con la tela aquello…
¡Tarde! el maestro ya había descubierto el percal…con cuidado, como si no quisiera romper el momento se acercó y observando el busto, preguntó:
—Y tú ¿Quién eres?
—El reflejo de mi creador.
El tutor paralizado por la sorpresa solo
acertó a decir:
—«¡Ojalá se me hubiera ocurrido a mí!».
Reme con su hombre de barro
parlante tomó las de Villadiego. Llegó al lugar de donde era originario y montó
su propio taller. La escultura vigilaba desde el escondite que Reme había
pergeñado a fin de que quedara oculta a ojos que no saben mirar. Cada noche,
Reme se acercaba y preguntaba:
—¿Novedades?
—Ninguna. De momento. El
milagro no ha de producirse de inmediato, es difícil; puede que hayan de pasar
cinco lustros para que aparezca de nuevo alguien capaz de entregar su alma al
arte por el arte.
Paciencia.
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