FIESTAS



Iba y venía de un lado a otro, cabizbajo, sin propósito de lugar en el que detenerse, pensando, dando vueltas a la que se avecinaba.

En el envés de la esquina, la banda ensayaba su monótono y reaccionario repertorio esperando en sordina.

Humberto —Ube, para los amigos—, escucha en la penumbra mientras atiza la lumbre que calienta el puchero de barro, en el que bailan unos garbanzos desgarbados, a la espera de un acto imprevisible por el cual se les unan condimentos que, conjuren con ellos un plato medio comestible.

—¡Eh! ¡Chacho! —Un grito desde el portón le saca de su ensimismamiento.

—¡Joder, qué susto! ¿no puedes llamar como cualquier ser de este mundo?

—Por poco te asustas, Ube. ¿Qué? ¿Cómo va el cocido?

—Si a cuatro garbanzos bailones le llamas cocido... ¿Has venido ‘p’a’ hablar de mis garbanzos?

—No hombre, ¡claro qué no! Es por iniciar conversación, una forma como cualquier otra. He venido ‘p’a’ recordarte que queda menos y ‘n’a’ ‘p’a’ las fiestas y, a preguntarte como llevas los preparativos.

—Poco hay que preparar. El traje único que tengo y mantengo desde la boda de mi primo Damián lo he sacado y puesto a airear para que se le vaya ese olor de preso «encerraó». No creo que vaya a necesitar más.

—¡Y tanto que lo necesitas alma cántaro! Necesitas lo primordial: una buena compañía.

Ube, tenía el ojo echado a una chica que conoció en las fiestas de Cavernícolas de Encinas. En ocasiones se acercaba hasta allí solo para observarla de lejos un instante; con esto se conformaba y se volvía con el ánimo cambiado pensando en la próxima ocasión de verla. Habían compartido unos bailes y un par de pisotones. Él, no se atrevía a mirarla a los ojos, y cuando hablaba, lo hacía a trompicones «va a pensar que soy un ‘retrasaó’, pero es que el miedo no me deja decir ni mú». A ella le pasaba otro tanto, y claro, así la cosa no podía avanzar.





Ube, se guardó muy mucho de hacer comentario alguno a su amigo sobre la muchacha en cuestión. No estaba dispuesto a soportar sus gracietas. Para él era tema serio, tan serio, que no sabía cómo bandearlo.

—«Así no te casas hijo mío». Había escuchado tantas veces esta frase de boca de su madre que seguía resonando en sus sienes desde el más allá.

A veces pensaba que eso del «más allá» igual no era tan allá, por lo cerca que él percibía los mensajes que llegaban a sus oídos, tan cristalinos como los de un ser presente. Las frases que su madre le regaló a lo largo del tiempo llegaron a causar el efecto contrario a los deseos maternales; cada vez más introvertido, más miedoso, más inseguro... ¿cómo iba a atreverse a?...

Dos días le separaban del trago de enfrentar; poco podía sospechar en ese momento que sería salvado —o condenado— por un acontecimiento que escapaba a toda razón y que solo hubiera tenido cabida en la sinrazón de lo onírico.

—Tararí…tararí…tararí…De parte del señor alcalde se hace saber que las fiestas quedan suspendidas por contingencias ajenas a la voluntad de este ayuntamiento. —El alguacil siguió predicando su perorata por las esquinas.

Humberto escuchó el discurso apoyado en la puerta baja de su casa. A la desilusión inicial siguió una mezcla de alivio y curiosidad por saber los motivos que habían llevado a esta rara decisión.

A medida que el aguacil avanzaba con su trompetilla proclamando el contenido del bando, se fueron creando corrillos de los que siempre brotaba un «enteraó» que lo sabía todo, todo, todo…

—Se suspenden por falta de ‘monis’, lo sé de buena tinta. —Dijo el primero.

—La banda «Los ExPatriaós69» estaba comprometida desde hace meses, y este inútil de alcalde no ha conseguido dar con otra. —Comentó el segundo.

—Se suspende el boato porque llega el fin del mundo ¡Qué no os enteráis de nada!  —Soltó, así, sin anestesia, Rogelio.

—¿Tú estás tonto o sueñas despierto? ¿Qué majaderías dices? —Declaró un cuarto.

—El fin del mundo llega dentro de dos días. Vosotros sabréis que es lo que hacéis. —Repitió Rogelio.

En lo que debería haber sido el amanecer del tercer día, el sol no salió anunciando la nueva jornada. Los gallos mudos; a la luz cada vez más escasa, le fue ganando una inmensa oscuridad que invadió todo el espacio.

Humberto se despidió de su traje, de sus miedos, de sus inseguridades.

—«¡Qué razón tenía mi madre! Ahora sí que no me caso».




«La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no».

—Epicuro—


















Comentarios

  1. Interesante escrito... tanto te alista para tu momento, y no te das cuenta que todo pasa en un tris .... pero cuando el atardecer finalice,seguro ... llegara una hermosa noche ..... y de fiesta ...

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