LAS GALLINAS NO VISITAN AL PSIQUIATRA
En la comunidad de los
cacareos, eran estos, el pan de cada día. Insultos, gritos, junto a la arenga
correspondiente, correspondiera esta o no.
Y en aquel Babel se confundían
las razas…y nada se entendía, y a los opositores se les castigaba de la peor
forma: la indiferencia…
El habitáculo circular en el
que se reunían tres veces por semana, giraba sobre una plataforma, con el
efecto de ir persiguiendo el movimiento del sol. Contaba además con otro poder:
al posarse sobre el estrado la gallina de turno y cacarear sin tino ni destino,
el mecanismo giraba dejando a la cacareante en penumbra y libre de los
«aplausos» que le habrían dedicado sus correligionarios. Ni uno solo de los
cacareantes allí congregados consiguió jamás mantener los rayos sobre sus
huesos el tiempo necesario para brillar.
No se sabe a quién encasquetar
el invento, pero sin duda fue una idea apoteósica.
Las gallinitas ciegas. Si uno
es lo que mira, lo que ve, lo que piensa, habrá que tener mucho cuidado con
donde pone el ojo y la selección de pensamiento.
Cada tribu tiene su personaje
cacareador, no piensa lo que dice o dice lo que no piensa sin razón; es el
denominado «alcahuete». Hay cloqueantes para todos los gustos: empollones,
miedosos, aventureros, sarcásticos…
—¿De dónde venimos? ¿De dónde
salimos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Y si en realidad mi huevo era de pato? —Gallina
miedosa.
—Mis orígenes no están claros,
creo que salí de un huevo de avestruz. —Gallina sarcástica.
—Cuantos más huevos veo más
cerca estoy de la creencia de que no pertenezco a este clan. —Gallina
aventurera.
—Creo que de lo que estáis
necesitados es de una consulta al psiquiatra. —Alega el gallo.
El gallo con todo el arcoíris
de colores en su plumaje, poco amigo de intervenciones, presintiendo que el
gallinero se iba caldeando, soltó la frase no como indicativa, sino a modo de
intento de calmar el cariz que iba tomando la situación.
Hubo un debate interno,
primero. Luego vinieron las votaciones para elegir al gallo representante de la
comunidad que se ocupara de aquel desgobierno y sus necesidades.
Cada vez que se reunían a
deliberar aquella jaula de cacareos era un Babel imposible de manejar.
—Si esto sigue así convocaré
nuevas elecciones. —Anunció el mandamás.
—¡Ni hablar de la pluma! —Gritó
no se sabe quién.
—Pues tú dirás como salimos de
este atolladero. —Repitió el gerifalte.
—Muy fácil: los disidentes que
se muden de gallinero y dejen de dar pluma por huevo.
—Eso sería genial si tuvieran
un lugar en el que ser aceptados.
—Mira «arcoíris», clara solo
hay una cosa, si lo único que hacen —y van a seguir haciendo— es oponerse por
el gusto de llevar la contraria sin pensar siquiera en lo conveniente de las
propuestas ¿no será mejor que se muden de territorio?
—¡Qué sí! ¡Qué tienes razón!
Ahora ve y diles que se larguen si tienes huevos…verás…
—No hay que decir nada. Hay
que hacer que se vayan solos en la creencia de que son ellos los que eligen
aparentando perseguir un bien común.
—¿Cómo?
—Prohibiendo: Se prohibió salir al corral a pavonearse delante de los convecinos. Se prohibieron las reuniones de cacareos. Se prohibió el alpiste. Se prohibió pintarse el pico. Se prohibió llevar al aire la cresta, desplumarse el costado…y a base de prohibiciones comenzaron a emigrar…
—¿Lo ves? ¿Qué te dije? Son
tan inútiles que necesitan a alguien que piense y actúe por ellos. Mucho
cacareo y poca resolución.
El único gallo multicolor del
clan no convencía al sector más reaccionario. La gallina candidata no contaba
con demasiados afectos entre la comunidad. Así las cosas, el camino para
encontrar la solución a todas luces difícil lo esclareció un pollo que estaba
visitando a sus abuelos:
—Deben aliarse. —Se atrevió a
soltar el cloqueante.
El cacareo se escuchó tres
provincias más allá.
—¿Aliarse? —Este se ha vuelto
majara.
—¡Un gay y una alcahueta!
¡Manda «güevos»!
—Cada cual a su nido y cada
nido su huevo.
Comentarios hechos en
susurros, de los cuales sus propietarios no adivinaban la resonancia que por
arte de una magia amplificadora resonaban en todo el espacio.
Pasaron a la votación. No se
sabe qué mecanismos ocultos intervinieron; la cuestión fue que la «Alianza»
salió vencedora.
—¿Qué os había dicho? –Dijo el
pollo orgulloso.
Y así sucedió que los
«aliados» —que en realidad no lo eran— se quedaron con la única compañía del
lucero del alba: ya no tenían a quien prohibir.
—Lo tengo merecido por no
saber de qué huevo vengo. —Reflexionó el cabecilla.
«El
huevo como colofón a una historia de desarraigos».
Comentarios
Publicar un comentario
Soy toda "oídos". Compartir es vivir.