LIMPIEZA

 

—¡Timoteo! ¿Te has limpiado el aura esta mañana?
—Grita Leo a su ‘husband’ desde el dormitorio inmatrimonial.

—¿Qué? ¡Pero qué dices! ¡Bonita y rara forma por demás de dar los buenos días!  —Contesta igualando decibelios Timo —así es conocido y llamado en su círculo amistoso— desde el baño.

—Tú verás, pero se nota más oscura que el fondo de un horno. Eso se va a notar en el congreso de los diSputados a pesar de la distancia de inSeguridad.

«Esta tía es estúpida; menos mal que no sabe de lo mío con Maripili, entonces sí que vería además del aura, su porvenir negro».

«Es gilipollas total el pobre; piensa que me engaña cuando soy yo quien le engaña a él, haciéndole creer que yo soy la engañada».

Imaginad por un momento si los pensamientos pudieran ser cruzados a través de una especie de autopista de cabeza a cabeza.

—Vamos a ver Leo ¿Qué es eso del aura negra? ¿¡No se te estará yendo la olla con tanta lectura rara ¡Por no hablar de la participación en ese grupo de aficionados a juntar letras!?

—¡Ah! ¿Pero no lo sabes?  —«Qué va a saber este disminuido intelectual si no es capaz de juntar una letra con otra»—. Mira, cariñín, yo de ti haría por encontrar en tu club a alguien que se encargue de tales limpiezas. Tengo la casi certeza de que, entre tanto ilustre indigente intelectual, un gurú de estas características, o más, vas a encontrar.

—¿Qué? ¿Qué estás segura de qué? La verdad, Leo, no te entiendo. ¿Has dormido bien?

—Yo en lo que tengo plena seguridad, es, en que o te pones manos a limpiar, o te vas a la mierda en un plis.

—Esta forma tuya de hablar en clave me desespera.

—Yo no hablo en clave: hablo para inteligentes…y, mira, puestos a limpiar ve a la habitación de Pepín y límpiale los mocos, que su cuarto parece una ciénaga de ranas. Mientras, yo voy a limpiar el horno; la última vez que metí a asar un pollo se carbonizó a los cinco minutos saliendo crudo cual suela de zapato. ¡Madre del amor hermoso! ¡No me da la vida para tanto como hay que limpiar!

El gurú del club le dijo a Timoteo, —Timo para los amigos— que lo suyo solo tenía solución devolviendo todo lo que en honor a su diminutivo había birlaó a medio personal del club que, de no haber sido este tan endogámico a la hora de consentir  la entrada de distintos «linajes», otro gallo hubiera cantado mire usté, y, tanto ladrón de guante blanco —o negro— hubiera buscado otros campos de exterminio donde llevar a cabo la limpieza de unos maravedíes más negros que la capa de ozono.

Por azares del destino —el destino aquí se hacía llamar ‘Leo para los amigos’, Leocricia, en lo oficial—, llegaron a la mesa de un comisario unos papeles sepia con borrones negros que, pusieron en un tris la integridad de Timo, y, con unos golpes de efecto, por un ‘quítame ahí esas pajas’ acabó en la trena donde se unió a un grupo de meditación transcendental del cual no ha transcendido a día de hoy ni , más que nada porque su gurú-capitán apodado ‘Auras Abrillantitis’ se fugó con la pasta agenciada a los meditativos.




Leo, por su parte en esos entremeses, había conocido a un brasileño con el que después de unas clases de samba en las que aprendió a bailar en las posiciones más algebraícas, más imposibles de imaginar, se fugó a Copacabana con todo lo que a Timo no le dio ocasión de blanquear ni hacerse traer de los paraísos terrenales donde vivían a recaudo.   






Es muy recomendable mirarse el aura cada mañana. Si es necesario —no cuesta tanto— pasar una bayeta con cristasol y dejarlo refulgente y relucido, sin mancha y sin borrón.

¡No me da la vida, ‘p’á’ tanto como hay que limpiar!



















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