ESO QUE LLAMAN CONCIENCIA

En esa franja que va de la conciencia a la consciencia y, que se queda pillada en una nube de inconsciencia, justo ahí, quedó atrapado.

De moral relajada, confiando en una suerte tal, que venía disfrutando cual gato caído de pie, desde su nacimiento.  Iba distraído por la vida, y, puede que, este fuera el motivo por el que nunca tropezó con la pasma o la pasma no quiso topar con él…

—¿Esta tarde en la rebotica como cada viernes? —Preguntó Lito al cruzarlo de casualidad en la calle.

—¡Of course! …—Contestó Augusto, que se las daba de bilingüe desde el desconocimiento total de los verbos en español.

Suerte que Lito conocía la lengua de Shakespeare…sino ¡De qué hubiera cazado la pedantería!

A las cinco de la tarde, hora que en otra época se asimiló a las corridas de toros, cada vez más en desuso pues estas iban desapareciendo poco a poco, y, como casi todo en la vida, venía a ser el bien de unos y el mal de otros, que la vida tiene estas cosas y le da por no hacer llover a gusto de todos…

Sentados alrededor de la mesa camilla, aquellos iletrados con pretensiones de cultos, no eran sino una panda de lechuguinos a los que el lugar que habitaban relleno de normas obsoletas, les concedía una suerte de estatus que no les correspondía.




Augusto, como cada viernes, repetía el relato de su vida que, no era sino una sucesión de entelequias que, a fuerza de repetición, parecían dotadas de auténtica identidad.

Ni él había amado, ni fue nunca correspondido como quería hacer creer en sus relatos de folletín barato, y, los concurrentes ponían cara de que sí al escucharlo con el magistral disimulo de un maestro de tal.

El mal endémico de España, el virus real desde los tiempos de la caverna es la resistencia a la necedad. ¿Cómo se puede vitorear vivas a un ente que lo único que ha hecho y hace es vivir del cuento y, si se tercia, de alguna que otra cosa sospechosa de no ser del todo legal? Todo desde su poltrona y sin despeinarse que, para eso, se aplica diez gramos de gomina cada mañana, para que no se le mueva un pelo, ni siquiera ese que llaman de tonto…






Cuando la reunión, —o la «desreunión»— sería la palabra que describiría mejor aquellos encuentros, terminaba, Augusto, se dedicaba a dar vueltas por toda la casa sin encontrar ni un triste rebojo de pan al que hincar el diente…

En una de esas excursiones vino a dar al traste con un artilugio que vibraba al tiempo que hacia un ruidito como si estuviera tosiendo a plazos…aquel recoveco se hallaba lleno…lleno de un inmenso vacío, repleto de un abismo que el solo de su respiración, emitía un eco acojonante.

—Muchas ínfulas, mucho presumir, pero de comida, aquí ni para el gato hay…—musitó el ratón hambriento, que creía haber encontrado con que llenar el buche en aquella añeja casa que en su día fue de postín.





El roedor viendo aquel paisaje tomó una trascendente determinación: si habría de morir un día, ese sería el sitio idóneo para dejar su pellejo…igual así, de esa manera los dueños de aquella nave tendrían algo para comer…

La nevera emitió una de sus toses dejando en el vacío un retumbe con redoble. El hambre del ratón igualado al del dueño de la casona puso fin a una vida ratonil insulsa, ídem de ídem a la del nombrado.

A veces la toma de la conciencia no es asumida de forma consciente, y, sabido es que, la inconsciencia no lleva a buen puerto y, mucho menos, a un mejor refrigerador.

Perdida la consciencia se hace difícil la facultad de reconocimiento de la realidad.

Las sentencias deberían ser dictadas con una pluma de tinta invisible.

















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