UN CADÁVER EXQUISITO
Bajo la cama, una bola de
polvo y pelo anunciaba la posible ocupación del espacio en un tiempo pasado de
un exquisito cadáver.
Cada habitación contaba con su
particular colección de posibles «fiambres».
Y, es que, a pesar del lujo de aquel recinto, la humanidad que lo habita, junto
con un hedonismo recalcitrante, configuran un panorama parabólico:
«Polvo
eres y en polvo te has de convertir».
Pensaba que todo marchaba a
pedir de boca cuando un desconocido con aire preocupado le visitó, preguntándole
si era la persona que hasta hacía poco había ocupado el local número 38, de la
calle Esperanza…
Sí, contestó; aunque hubiera
preferido no hacerlo. De haber elegido otro lugar donde posar mi osamenta, quizá,
hoy, seguiría vivo, —Añadió.
Las elecciones hechas así, al tuntún, tienen consecuencias irreversibles. Al otro lado de las ilusiones hay pájaros muertos.
Hay días en los que parece que
la providencia se va de juerga con la Parrala. Y, como en su día, Cristo,
comentó a su psicoanalista, como un lamento, gritó: «¡Qué biografía la mía!».
De repente unos ojos
relampagueaban, verdes, verdes, verdes, y, pensó que eran dos insectos malignos
y saldrían volando por las galerías tétricas.
La manecilla negra del
contador seguía moviéndose, perforando el tiempo. Fagocitadora mano de
esperanza en el porvenir.
Había nacido en Ávila, la
vieja ciudad de las murallas, y creo que, el silencio y el recogimiento casi
místico de esta ciudad, se metieron en su alma nada más nacer. No dudo de que,
aparte otras varias circunstancias, fue el clima pausado y retraído de esta
ciudad el que determinó, en gran parte, la formación de un carácter, cuando
menos, huidizo. Llevaba prendidas en el alma las enseñanzas de su tío Cayo.
Bien sabía que nada de lo que reluce es oro y viceversa.
Y pensó en una frase de
Delibes: «Si el cielo de Castilla es tan
alto, es porque lo levantaron los castellanos de tanto mirarlo». Aquí el
cielo ni se divisaba.
Aquella mañana en el hotel de
lujo donde se dejaba los riñones retirando la inmundicia de una clase a la que
no le importaba un bledo el sufrimiento ni los esfuerzos ajenos, volvió a
repetirse la frase que desde hacía tiempo no le dejaba en paz: «Al otro lado de las ilusiones hay pájaros
muertos».
Al abrir la puerta de la
habitación 1569, una nube de vaho azul
grisácea se le echó encima junto con el potente olor a quemado.
Eran las tres y media de la
madrugada —según se recogía en las investigaciones posteriores— cuando la
habitación se convirtió en una masa de carbones ardientes y ceniza negra.
De nuevo, el ya no tan
desconocido investigador, visitó a Cándido preguntándole una vez más si era la
persona que hasta hacía poco había ocupado el local número 38 de la calle
Esperanza…
Sí, contestó, aunque hubiera
preferido no hacerlo…—Repitió como un rosario, Cándido.
Cándido, nada oyó ni vio en la
pasada noche. Aquella noche, precisamente aquella, había dormido como hacía
tiempo no conseguía hacerlo.
—«Tengo
la sensación, muy agradable, de que del mundo actual me estoy perdiendo un
montón de cosas que no me interesan nada». —Dijo Cándido para sí.
Las investigaciones cesaron.
Del cómo y de qué manera ocurrieron los hechos, nada trascendió.
No sé qué gusto amargo y salado tenía en la
boca. Dio un portazo como si él fuera igual que ellos. Igual que todos…
—Que la vida iba en serio uno
lo empieza a comprender más tarde. Como todos los jóvenes, yo vine a llevarme
la vida por delante. Pero el universo quiso que me quedara a mitad de camino.
*La construcción de este texto
está basada en el ejercicio propuesto de elegir fragmentos de libros al azar, y, construir una historia con los mismos. Esta explicación es necesaria para no
incurrir en sospecha de plagio. Aparecen entre párrafos las frases escogidas de
los libros citados a continuación:
—«LA
SOMBRA DEL CIPRÉS ES ALARGADA». Miguel Delibes
—«NADA».
Carmen Laforet
—«QUE
LA VIDA IBA EN SERIO». Jaime Gil de Biedma
—«BARTLEBY,
EL ESCRIBIENTE». Herman Melville
—«FAHRENHEIT
451». Ray Bradbury
—«SI
AMAESTRAS UNA CABRA, LLEVAS MUCHO ADELANTADO». José Luis Cuerda
—«BOMARZO». Manuel Mujica Lainez
—«UN MUNDO FELIZ». Aldous Huxley
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