REDENCIÓN

Orestes de Balbuena-Ortiz de la Cara Azul, Conde de las marismas y de otros tantos lares, a punto está de rendirse ante el señor con vestido y capa roja que quiere arrojarle a un sempiterno confinamiento.

A través de sibilinas proposiciones, el señor de rojo intenta convencerlo de que su redención servirá como ejemplo cristiano para futuras generaciones, dotando a estas de un modelo a seguir: el suyo.

—Puedo redimirte por el módico coste de una bolsa de maravedíes, si bien con la premisa hecha de que de caer otra vez en tus despropósitos serás juzgado de nuevo, esta vez sin redención.

—Antes muerto que rendido. Usted y toda su corte se pueden largar por el camino que conduce y termina en el barranco de los Desoídos. Yo, de aquí y de mis propósitos no me muevo un ápice. ¡Pardiez!  

Era en esa época en la que las religiones –unas más que otras, pero casi todas a la par- dominaban la vida de los seres, los humanos y los otros…razón por la cual amén de su cerrazón recalcitrante a la hora de arrodillarse ante mandato alguno, a Orestes de Balbuena-Ortiz de la Cara Azul, le venía importando de poco a nada lo que un aparente señor disfrazado de señora en aquel carnaval representativo de la represión:  ¡Por qué lo mandan mis santos c*******! Se pasara las normas de esta poco santa institución por el arco del triunfo.

El señor de rojo vuelve a la carga con un rosario de arengas que quedan suspendidas en el aire del recinto sin llegar a tocar la oreja de Orestes.




—Por última vez: ¡Arrepiéntete! —Vocifera como si el grito tuviera capacidad de persuasión.

Orestes en cierta ocasión había consultado por diversos motivos con una hechicera que decían tenía poderes tan exclusivos, que por sí mismos, contenían la capacidad de otorgar la solicitud requerida. En un papel, Orestes había escrito al dictado de la maga la siguiente receta: «Cuando algo quieras conseguir, visualízalo, de principio a fin con todos los detalles; si así lo haces, alcanzarás tu deseo». Ni corto ni perezoso se retiró a sus aposentos, adoptó la posición del loto, cerró sus ojos, inclinó la cabeza y pudo ver nítidamente como el señor carmesí se despeñaba con todo su séquito por el barranco de los Desoídos.




A la mañana siguiente uno de sus servidores le hace entrega de un manuscrito que plasma la terrible pérdida de aquel señor con pretensiones de elegante cuando a lo más que podían aspirar esos cortinajes que colgaban en cascada bermeja era al atuendo de Lagartera.

Orestes: a lo suyo…





Comentarios

  1. ¡Qué buen relato! Cargado de ironía, magia y verdad. Me ha encantado.

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    1. Muchas gracias, María Pilar, resulta motivador saber que gustó lo que escribiste. ¡Un saludo!

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