Mañana de recados por el
barrio —según dicen por ahí— más postinero de Madrid.
Calles donde el lujo se
mezcla con la miseria de un colchón tirado entre puertas pintarrajeadas de una
sucursal dineraria venida a pique.
Aceras mullidas de alfombras que atenúan el ruido de pasos sin prisa. Aquí el
tiempo tiene otro sabor, otro olor, otro pasar.
Hotel de superlujo con terraza
acorde. Señor con estética —al menos el perfil exterior da para pensar— de
mandamás. Vestido para la ocasión, porque si algo tiene este barrio es su
superioridad en el atuendo: nada fuera de sitio; todo conjuntado, atado y bien
perfumado.
El señor aseñorado se sienta a una de las lujosas mesas en la
terraza del lujoso hotel con su copa supongo de Martini o semejante, es la hora
del aperitivo.
A sus pies, sentado en una minúscula banqueta, otro señor: este sin
la manicura hecha, aunque posiblemente sus manos estén limpias de todo a pesar
de la inmersión betunera de años grabados en ellas.
Mientras el señor que
limpia y da esplendor, el pez gordo repantingado en su heredado hedonismo,
inclina su torso sobre el respaldo del lujoso butacón.
No podemos saber cuáles
serán sus pensamientos. Quizá esté organizando su próximo viaje de lujo. Sus próximas
compras en el mercado del lujo. Su próximo atuendo de lujo. O quizá está
calculando la propina que arrojará con displicencia a quién se postra a sus
pies.
El ilustre ilustrador, entretanto, con medido vigor, maneja el trapo que da brillo al pedestal desde
donde está instalado el gran señor, y piensa con todo lujo de detalles que
quizá, solo quizá, sea ese pedestal que él lustra, lo único brillante en la
vida del que nació para ser servido, mientras guarda para sí la esperanza de
una generosa propina que le permita pasar por el supermercado.
En el mundo, por más que se
mire, solo existen dos razas, a saber: los servidores y los servidos.
Hay quien
alguna vez intentó salir del patrón encomendado yendo a estrellarse contra la
acera alfombrada de un hotel de superlujo en un barrio postinero de cualquier
postinera ciudad.
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Soy toda "oídos". Compartir es vivir.