CUENTOS DE MEDIANOCHE
Una noche cualquiera de un día
cualquiera en un momento cualquiera de una existencia anodina cualquiera.
Alfredo, cerveza en mano, apoltronado como un cojín viejo sobre el descolorido
sofá, miraba sin ver la pantalla aposentada sobre una irregular mesa que el
mismo había construido con unas cochambrosas cajas de madera recogidas a los
pies de un contenedor.
Nada destacable; sus míseros
días eran calcados, sin sorpresa alguna y carentes por completo de emoción…
Pero —esta conjunción
adversativa se inventó para joderlo todo—, aquella noche, una más, otra más
igual a las anteriores, algo, vendría a trastocar su «apacible» existencia.
Agarró el bote de cerveza como
el que se agarra a un bote salvavidas, propinó el último trago, lo dobló hasta
convertirlo en un acordeón a la vez que lo lanzaba contra la papelera del
rincón sobre la que siempre rebotaba sin conseguir el enceste.
El minutero del reloj seguía
su camino, impertérrito, nada era capaz de interrumpir su ritmo… ¿Nada?
Un grito seguido de un golpe estrepitoso
contra el techo de su habitáculo, hace temblar la mugrienta lámpara que cuelga
de un cable deshilachado. Carreras, murmullos cada vez más sonoros por los
pasillos y escaleras, pies que corren tras voces que susurran lo que por sabido
y esperado no era menos acojonante.
En la televisión de Alfredo
aparece el rostro de una mujer multiplicada hasta la paranoia…
—¡Sácame de aquí! —Gritan sus
ojos.
Al despertar, Alfredo ve con
asombro como la pantalla del televisor ha estallado alfombrando el suelo de la
habitación con un manto de minúsculas partículas espejadas, en cada una reflejado
el rostro de una mujer ya silenciado.
Me da que Alfredo tiene una economía precaria y se acaba de quedar sin televisor. Pero al menos tendrá las cervezas.
ResponderEliminarMientras haya cerveza todo lo demás es secundario...ja, ja, ja...gracias por tus comentarios, siempre en la diana de lo verdaderamente importante. ¡Saludos!
Eliminar¡Ja, ja, ja! Si es que el exceso de cerveza hace perder hasta la puntería. Y luego pasa lo que pasa, que te quedas sin televisor.
ResponderEliminarUn abrazo, Consuelo.
Por una vez y sin que sirva de precedente: ¡Qué bueno el exceso de cerveza!
EliminarMuchas gracia, María Pilar. ¡Abrazos!