EL DÍA QUE BORJAMARI PERDIÓ SU OMBLIGO
Amanece, ¡Qué ya es mucho!
contando que asoman por las manecillas del reloj de pared las dos del mediodía.
Borjamari de todos los santos
y de los pecadores irredentos, intenta con ufano esfuerzo levantar la cortina
de su ojo, párpado que hoy amanece anquilosado y se resiste a izarse cual
bandera desprestigiada.
En un segundo intento el
calambrazo sobre el pliegue protector de la órbita ocelar, hace que la
habitación parezca girar cual tiovivo con una hortera música incluida…
«El
día que Borjamari perdió su ombligo». En un llavero dorado con
incrustación banderetilandil sobre la
que aparece un ave de presa, se contonean al paso de los pasos de Borjamari un
manojo de llaves que van por el estricto orden de las administradas cuentas de
un rosario, de pequeño a mayor, una serie con patente «madeinborjamari» de los que por cierto desconoce su posible
utilidad. Al menos queda descartada la de mayor tamaño; esta lleva en una de
sus facetas, grabada, el escudo bicolor con pajarraco incluido…
Borjamari, gracias, o a pesar
de los pesares, no puede hacer reflexión alguna al respecto. Ni a ese respecto
ni a ningún otro. Hace tiempo que vive en una nube gaseosa donde todo es
confusión, producto de los kilos de química y otras bondades que le son administradas.
Aquella mañana despertó antes
del canto del gallo, lejos de su costumbre, pues no era amigo de tirarse de la
piltra hasta que un rayo de sol hiciera aparición atravesando el almohadón
donde reposaba la atolondrada cabeza.
—¡Qué me meo, coño! —Gritó
como un poseso corriendo como gacela hasta alcanzar el desconchado baño que
ocupaba un recoveco al final del pasillo.
Una vez conseguido el alivio
que produce la liberación del líquido amarillo y en la hazaña de subirse el
pantalón, aun a pesar de estar más volado de la azotea que un marciano perdido
en la Antártida, acierta a ver su barriga seguida del torso…y…
—¡¿Dónde está mi ombligo?!
¡¿Quién cojones me ha robado el ombligo?!
A los gritos sucede el
estruendo de las carreras que dos batas blancas implementan sobre las
deslucidas losas de aquel antro de perdición.
—A ver, Borjamari,
majo…tranqui, tranquilízate o…
—¡¿Quién me ha robado el
ombligo?!
—Joder como está el patio
Rosendo. —Comenta Rogelio a su compi de aventuras del centro olvidado donde van
a parar los «trastos» de los que nadie quiere ocuparse.
—Y que lo digas, Rogelio. Este
está p’ál desguace; no hay quién lo
recomponga.
—¡Qué donde está mi ombligo,
hostias! Habéis sido vosotros mientras dormía, ¿Verdad, cabrones?
Rogelio echa mano de la
jeringuilla que lleva siempre dispuesta por: «Si por un por si acaso», y, de un revés, clava la aguja en la
yugular de Borjamari que acto seguido cae al suelo doblándose como un trapo
viejo.
Borjamari ya más manipulable
aun si cabe, yace tumbado en el suelo azul. Rogelio levanta más por cotilleo
que otra cosa la camisa del reducido, tras el vistazo, los ojos se le agrandan
como queriendo salir de sus órbitas…
—¡Hostias, Rosendo! ¡Qué no
tiene ombligo!
—Vamos, ¡No me jodas Rogelio!,
te estás mimetizando con este puto ambiente…
—Qué no coño, mira, comprueba
por ti mismo…
Rosendo por acabar con el
disparate, mira hacia la tripa de Borjamari y comprueba en efecto la ausencia
de umbilicus en la barriga del
desdichado.
Rosendo y Rogelio se miran sin
saber muy bien qué decir, que hacer en aquella circunstancia, si actuar por
cuenta propia o dar parte a la dirección del «mental home».
Como en tantas ocasiones en
aquel lugar de desconexión mundanal los batas blancas optan por la omisión.
Borjamari se queda sin su ombligo y de esa forma desconectado de su raíz.
Cuando en las noches de
tormenta Borjamari entona el discurso que quiere, sin conseguirlo, hacer llegar
a sus acompañantes, del cómo sin saber por qué ni porque no, perdió su ombligo,
pero no hay conexión posible ni con lo que le rodea ni mucho menos con lo que
un día identificó a un ser nacido entre algodones que en el devenir perdió el
cable conector de su esencia.
La pared donde se apoya el
cabecero de la cama de Borjamari aparece pintarrajeada de arriba abajo llena de
ombligos en los que se inserta una mueca que a todas luces parece pedir
socorro…
Cuando se despertó la navidad
seguía allí, impertérrita, machacona, evidenciando toda la podredumbre que
parece habitar el olvido.
¡Quién me ha robado mi
ombligo!
Y mira que hay otros que no paran de mirárselo, cuando, no se creen el ombligo de todo. A ver si resulta que era un marciano...
ResponderEliminarPersonajes hay (por todos conocidos) que han hecho del suyo un Mapamundi del que se creen reyes y amos.
EliminarCaricaturesco, divertido. ¡Qué imaginación! Mira que perder el ombligo. Me ha parecido ver un giro al "Dinosaurio de Monterroso". ¿No sería él?
ResponderEliminarBuena observación sobre Monterroso. Está, está...quién sabe si sería él o la sombra del dinosaurio. Muchas gracias, María Pilar por tus comentarios. ¡Saludos!
Eliminarholi bonito tu blogger
ResponderEliminarMuchas gracias, Yhon Yuler ADM. Me alegra saber que te gustó. ¡Un saludo!
EliminarUNA ASISTENTE VIRTUAL PONE EN PELIGRO A UNA PERSONA MENOR DE EDAD https://aprende8conmigo.blogspot.com/2021/12/el-peligroso-reto-que-alexa-propuso-una.html
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