RELATOS BESTIALES
—¡Qué
bestia!
—¿Qué
vestía?
—¿Qué
ves, tía?
—¿Ves,
tía? ¡Te lo dije!
La
navidad es la época más bestia que se ha inventado desde el principio de los
tiempos. Es ver el primer árbol de navidad, la primera lucecita y yo me pongo a
morir.
—¡Qué
bestia, tía!
—Para
bestia una de mis vecinas que se viste de «MamáNoNoël» y nos pega unos sustos del
copón.
—¿Qué
ves, tía?
—Yo
no veo «ná». En lo que va de noviembre a diciembre cierro los ojos y tiro «p’alante»
sin sentir. A partir del seis de enero vuelvo a ser medio normal.
—¡Qué
bestia, tía!
Para
bestialidad la que se formó en la casa de Antón la pasada navidad. Acabaron comiendo
el pavo en comisaria (lo de comer es un decir, en realidad la cena se fue al
garete).
¡A quién se le ocurre sacar el tema «política» cuando se va a trinchar
un pavo! Qué si tú tal...¡pues anda qué tú, más!…total, que Antón que tiene a
su cuñado «enfilaó» desde el momento en que a su hermana se le ocurrió llevarlo
a casa por aquello de las presentaciones —ya se las podía haber ahorrado—,
agarró los utensilios para dividir con tino el pío-pío de tal acierto que, la
estocada, recayó en su nunca suficientemente ponderado «cuñaó»…
El grito que
lanzó la hermana del matarife hizo rebotar toda la vajilla, con tal suerte que
un tenedor salió volando yendo a parar al único ojo bueno que le quedaba (cómo
perdió el otro, es otra historia).
El
alboroto junto a los gritos puso en alerta el bloque entero, arruinando la cena
de los que no tenían ni arte ni parte.
—Todos
a comisaría. —Ordenó un policía.
Al
cuñado y su santa —con sendas toallas en sus heridas de guerra— se los llevó
una ambulancia al hospital más cercano. El uno gritando. La otra ni llorar
podía por falta de órgano destinado a tal fin.
—Mire usted señor juez, yo no quería. La cosa
es que, se me junta la presbicia con la miopía, todo ello unido a una sordera
infame; con estos atributos, comprenderá usted que es fácil equivocarse de
pavo. Si usted conociera al herido como lo conozco yo, vería que la diferencia
es corta. Cacarea más que el de dos patas y sus onomatopeyas son dignas del
pavo más famoso del corral. ¡Juro que yo no quería! Pero las cosas del destino
se imponen sin que uno tome arte ni parte en ellas. —Relató Antón.
—Razones
más que suficientes para que el hecho quede impune: absuelto. A casa, a cenar,
en paz y gloria de dios. —Fue la sentencia del juez.
Los
vecinos arremolinados, obligados a presenciar el espectáculo en su calidad de
testigos —no habían sido testigos de nada— no daban crédito a las palabras del
juez. Libres para largarse, tomaron el primer autobús que encontraron
dispuestos a seguir con el interrumpido festín.
La
hermana de Antón desde su puesto de la once no volvió a dirigirle la palabra. A
su cuñado le dieron un puesto de conserje en un ministerio gracias a la
invalidez para cualquier otro cargo, —ya era inválido antes del «accidente»—.
La
navidad siempre vuelve, envuelta en emocionantes historias —algunas hasta acaban
bien—.
—¡Qué
bestia, tía! —Exclama Maripili al escuchar la historia.
*Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
*Con
la colaboración de Alfonso Castellanos, crucial para la elaboración de este
relato.
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