LA ESPERA

 

Sentada en el centro del sendero empedrado Cora esperaba el porvenir. No sabía con exactitud qué era lo que realmente esperaba, pero, aun así, esperaba lo inesperado fuese esto lo que quisiera ser. Y en la espera encontró algo de lo que no había sido consciente hasta ese momento, encontró la paz perdida, el silencio perdido, la quietud de las cosas intangibles, la plenitud de ser un ente en medio de la naturaleza…

Una sombra al final del camino cual linterna aparecía encendida en su imaginación alumbrando deseos inciertos. La voz que acompañaba a la imaginaria visión invitaba a Cora a abandonar su acomodaticio asiento y seguir camino. Había no obstante otra fuerza que, la mantenía pegada a la poltrona consiguiendo así tumbar todo esfuerzo que hiciera posible despegarse de aquel lúgubre emplazamiento.

Cora soñó con un camino infinito. Soñó que el infinito se acercaría a ella y vendría a su encuentro.

Lo que Cora no soñó fue la posibilidad de que otros caminos existentes pudieran haberla acercado a la «sombra» con la que siempre soñó y que pudiera existir fuera de sus anhelos.

Y la silla se fue desgastando con el trascurrir del tiempo. Y a Cora se le fue tiñendo la cabellera de gris. Y el camino siguió allí sin ofrecerle nada de lo que ella soñó un día en una espera que se fundió con el tiempo.



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