TORMENTAS, RAYOS Y PARARRAYOS
Una tarde o mañana cualquiera.
Un día de no importa que mes. Dos amigas sumidas entre la ignorancia y la
indolencia. La aventura les viene grande; no están por la labor de abandonar el
sofá de su casa.
—Otilia: ¿Cuándo fue la última
vez que «sufriste» un orgasmo?
—Ludivica: ¿Qué es orgasmo?
—Otilia: Mal empezamos…
—Ludivica: Si no te explicas…
—Otilia: Dicen por ahí que es
algo parecido a una descarga eléctrica que recorre el cuerpo…como si te cayera
un rayo encima…—más o menos—…
—Ludivica: Pues entonces no, a
mí eso, ¡ni de lejos me ha pasado! Puede que algún instante tormentoso me haya
agarrado por sorpresa…pero, lo del rayo, me parece que no…
—Otilia: Valle me ha contado
que, en la última fiesta de la vendimia le cayó el cielo encima, con toda su
aparatología meteorológica…
—Ludivica: A ver si es que
anda equivocada de «tormenta» que, ésta, es muy dada a confundir los cojones
con comer trigo…
—Otilia: No sé yo…la verdad
que «relajá» se la veía. Habría que saber si tales tormentas te dejan en ese
estado nirvanático o con el pelo y la
mente «electrizaós» …
—Ludivica: ¿Conoces un pub que
acaban de inaugurar en la calle de la Desesperanza, número 69?...
—Otilia: No. Cuenta…
—Ludivica: ¿Yo? ¡Ni pío! …pero
dicen en los mentideros, que las «tormentas» de allí desbordan ríos…igual
deberíamos dejar la charla para otro día y darnos un garbeo, ¿Te parece?
—Otilia: Me parece y me
aparece…
Encaminándose hacia el garito,
surgen luces de neón parecidas a las que debe haber en un resort chino. En la
puerta un tipo que, de entrada, asusta. Ojos achinados, casi dos metros de
largo por dos de ancho. Las amigas se miran preguntándose sobre la conveniencia
o no de cruzar el umbral; con la indecisión reflejada en sus andares se estrellan
contra un interior que las deja ojipláticas: tribus de todos los colores,
apariencia y esencia…no saben hacia qué espacio ni en qué lugar posar la vista…
Tiran hacia la barra, más que
por necesidad de beber, tratando de encontrar una ubicación que no las exponga
demasiado. Bebida en mano siguen con el «capítulo observación», con los ojos a
punto de escapar de sus órbitas…
—Otilia: Ahora entiendo lo de
Valle. Puede ser que pasara por aquí después de pisar las uvas…
—Ludivica: ¿Has visto al tipo
«armario empotraó» que está junto la puerta? No te quita ojo…
—Otilia: ¡Uff! Si se acerca,
grito. En nuestro afán investigatorio es posible que nos hayamos confundido de
lugar. A mí esto me viene grande, muy grande…
—Ludivica: ¡Nada! lo nuestro
no es el trabajo de campo. Más cómodo quedarse en la teoría, al menos esa no
despeina…
—Otilia: ¿Nos vamos o nos
quedamos?
—Ludivica: Vamos quedándonos.
Yo, finjo hasta los sarcasmos…
Trescientos años después, a
orillas del río Ohio, en la Universidad de Cincinnati, investigadores refutados
descubrieron que, los pararrayos habían sido fabricados con un material que
impulsaba a quienes quedaban expuestos a prácticas masoquistas.
¡Lo que hubiera cambiado la
historia de estas amigas de haber nacido tres siglos después!…
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