EL VIAJE SIN FIN

Había quedado atrapado entre el brazo del asiento y la ventanilla. Lo que queda oculto a la vista acaba siendo olvidado. En sus tapas, kilómetros y kilómetros de nubes, rayos, truenos y centellas.

Gritos, prisas, quejas y voces en todos los idiomas. Había hecho escala en todos los rincones que tenían en su haber un aeropuerto. Otro viaje, uno más. Nadie lo descubriría en su escondrijo, nadie le rescataba de este encarcelamiento involuntario.

Su grito, acallado por el rumor y el ajetreo de los pasajeros ajenos a su oculta existencia.

Él, clamaba desde lo más profundo:

—«¡Sacadme de aquí! Desciende tu mano fuera del reposabrazos y concédeme la libertad».

La pasajera había tomado asiento a su lado. Dejó caer su abrigo en el respaldo de la butaca. Colocó su bolso sobre la bandeja que se abría al frente. De su cartapacio extrajo un libro, un cuaderno y una pluma. Mientras leía iba tomando apuntes en su libreta de tapas negras con una inscripción cuando menos asombrosa: ¿Y tú? ¿Quién eres?

Dentro del cuaderno a modo de respuesta había escrito: «le pregunta el ingenuo diletante al experimentado monstruo».

Desde su agónico escondrijo él, imploraba una mirada.

—«¡Mira hacia mí! ¡Por favor! ¡No soporto más esta prisión!

Necesito ser usado, marcado, manoseado, querido, odiado, compartido…viajar de mano en mano, de unos ojos a otros y poner fin a este destierro».

 

¡Buuuum! ¡Pum!  ¡Plum! ¡Cataplam!  ¡Cataplán!

Un golpe sacude la nave como un plato que aterriza contra el suelo. En ese «bataclan», ¡oh milagro! Él, —degradado a los pies de la rubia ocupadora—  siente el final tantas veces predicho.

Ella, se dobla para recoger el objeto caído. Por un instante piensa que con el golpe el objeto —todavía no identificado— ha venido a dar desde algún lugar lejano contra el suelo bajo sus pies. Mira la portada y al toparse con el título no da crédito a la ¿coincidencia?

Autor y título se correspondían con el estudio llevado a cabo hace años en la universidad.

Concausalidad —pensó— una vez más como manifiesto de las sinergias que se daban una vez y otra vez.

Era una edición de líneas aéreas del país, cosa poco habitual, pero que debió tener su relieve en épocas pasadas. Abrió el libro con curiosidad insana, conducida por deformación profesional que la impedía hartarse de todo papel caído en sus manos.

Él, sacado de su celda no cabía en sí de felicidad.

¡Esto prometía!

Un nuevo comienzo de darse a conocer ¡Bien!

Ella, aunque conocía la obra, no sabía describir por qué le resultaba completamente nueva.

De repente una megafonía chirriante anunció la conveniencia de atarse al asiento y apagar todo trasto electrónico. En el trabajo de acomodación de las cosas inútiles que acompañan los viajes —sobre todo si no son programados—, él,  se precipitó posando esta vez sus casi vírgenes páginas debajo del asiento de la rubia.

Tomaron tierra en Curazao.

Él, volvió a la oscuridad que siempre le había acompañado.

Solo y olvidado por los siglos de los siglos.

 










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