UNA FRESA EN EL JARDÍN
Amanecía, que ya era mucho
después de un año de tormentas ininterrumpidas que oscurecieron cada alboreada
convirtiéndolas así en tenebrosos atardeceres. La hierba del jardín se había
apoderado del terreno creciendo en vertical y horizontal. Tapó el asfalto y las
paredes de la casa.
Bajar y sumergirse en ese
erial era un suicidio programado. La enredadera que trepaba hasta su ventana se
había poblado de ranas que cantaban desafinando cual burro tocando la flauta: «Strawberry Fields Forever» de «The Beatles».
La extraña facultad de repetir
una y otra vez «Nada es real y no hay
nada para perder el tiempo», caló de tal forma en su aparato laríngeo que
se olvidaron de croar, y tan solo podían repetir una y otra vez como en un
salmo: «Strawberry, strawberry, strawberry»
…
La llegada de John Lennon al
campo de fresas andaluz no hizo sino incrementar el cántico y la legión de
anfibios; los cultivadores no daban crédito y comenzaron a temer que la
recolecta fuera verde en lugar de rosa reventón.
—Decididamente, querido John,
creo que tu aparición ha sido inoportuna por demás, en idioma castizo —que
igual no vas a entender— te diré que has venido a tocarnos los huevos con este
hechizo rananil que ha provocado tu strawberry.
—«Vivir es fácil con los ojos cerrados. Es hora de emprender el viaje que no admite demora». —Contesta John mientras su vista recorre el campo poblado de fresas verdes.
Strawberry
fields forever.
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