EN ALGÚN LUGAR DEL MUNDO
Nunca le gustó discutir al tío
Olegario, pero tenía por vecino de una finca rústica heredada de su abuela a
uno de esos tipos que van buscándote las vueltas hasta que por cansancio o
aburrimiento te encuentran.
Las historias con finales
felices ocurren en los cuentos de hadas, y, aun así, existen dudas razonables
de que en algunas esto llegue a cumplirse.
Amanecía.
—Voy a acercarme a la finca —dijo
en un susurro a su mujer que dormitaba al otro lado de la cama.
—¿Llegarás a tiempo para
ayudarme a matar los pollos? —preguntó ella.
—De seguro que aquí estaré, no
te preocupes mujer. —Contestó de mala gana Olegario.
Camino de la finca se cruzó
con otro de sus vecinos al que saludó de esa forma que solo las gentes de campo
saben descifrar; gritan un ¡eh! a la vez que levantan el brazo como si
quisieran tocar el cielo. En ese «¡eh!» va incluida toda una declaración de
intenciones, no hace falta añadir ni un punto y coma.
Al llegar al borde de su
parcela se topó con el «incordiante», de nombre Amador —a veces los padres no
saben elegir nombre—. En una rápida ojeada se percató una vez más: el mojón
había sido desplazado medio metro hacia su propiedad. —«Ya estamos, otra vez» —pensó.
—Buenos días —musitó desdeñoso
Olegario.
—Buenos los tengamos —contestó
Amador.
—Mira, Amador, una cosa te
digo. Presta atención porque no voy a repetirla más. Si el mojón no queda en el
sitio que le corresponde y, no se mueve de ahí ni que ocurra un terremoto que
haga temblar hasta los cimientos de la tierra, la vamos a tener, esta vez en
serio y para siempre.
—El mojón está dónde tiene que
estar. Punto pelota. —Contestó desafiante Amador.
—Pues no se hable más. En el
cuartelillo nos vemos las caras, que las leyes hagan su parte.
—¡Muy crecido te levantaste tú
hoy! ¡Veremos si no acabas el día con el rabo entre las piernas!
Como las leyes de la
naturaleza imponen, un amanecer sucede a otro.
El mojón había recobrado el
lugar que por ley le correspondía. Apoyado en él estaba un azadón
ensangrentado.
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Soy toda "oídos". Compartir es vivir.