CAVANDO TUMBAS


Había pasado toda la noche cavando entre las tumbas. Su único deseo era tirarse de cabeza en la cama y despertar tres días después. Pensó en sus «inquilinos». ¿Qué se siente cuándo se deja de sentir? ¿Qué hay más allá de este lado? imposible saberlo —pensó. Lo más inquietante de todo era sentir que no podía apreciar la ausencia de sensaciones.

Su madre no lo entendió jamás. ¿Cómo pudo unirse a ese grupo de mercenarios? Su hijo, aunque un poco introvertido, nunca fue mal chico…

—¡Ay! De las malas compañías, de esas están las sepulturas llenas —se dijo.

—De todos modos, nadie me echaría de menos…

Olía a eternidad. Él, no lo sabría hasta llegar al agujero 12. Ahí tropezó con el camino que lleva a un destino compartido dónde los arrepentimientos están de más.

A los pies de un hoyo profundo experimentó una rara sensación. Él, que se creía inmortal, en una de esas deshabitadas tumbas, se sintió igualado con el resto.

—Esta podría ser mi nueva casa...

¿Y si no caváramos más tumbas? En un mundo donde ya nada crecía, todo sobraba: la noche de los tiempos. Eternidad.

No recuerda la atmósfera; no recuerda el escenario. Solo sensaciones, como si los brazos quisieran desprenderse, hartos de formar parte de un cuerpo que no puede seguir manteniéndoles. Pasaron horas, y esa impresión, no le abandonaba.  Se había enquistado de tal forma que, su comportamiento respondía al de un autómata.

Recorrió el pasillo, al final del cual se alzaba un mausoleo de mármol. Tenía grabada la siguiente inscripción: M.L.G —20 de junio 1985— 30 de abril 2015—.

Hoy, precisamente hoy…día de su cumpleaños.







 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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