ARCOÍRIS


El pollo caminó lentamente a la librería. Al fondo un arcoíris en blanco y negro se alzaba entre los edificios, proporcionándoles una sombra plateada a la que sucedió un nuevo arcoíris supernumerario; raro de ver en aquellas latitudes fue pasando por diversas formas hasta llegar a formar un arco rojo.

El sol cerca del horizonte proyectó una curva de fuego; en su interior, todo un extenso abanico de colores.

Cada rayo de sol atravesó como un proyectil su correspondiente gota de agua, sacando a relucir todos los insospechados y secretos colores que habitan en sus entrañas.


Desde Machu Pichu a las Cataratas Victoria, pasando por las Montañas Rocosas de Canadá, el Parque Nacional del Valle de las Flores en la India, hasta llegar al Monte Fuji en Japón. Multitud de arcoíris explosionando ante un universo perplejo que, cada lustro, ve desaparecer alguna de las maravillas creadas a través de millones de años.




El pollo sin cabeza, desplumado, andaba por entre los estantes cubiertos de siglos de historia.
Aquel atronador silencio inundó su mundo, y todos los posibles arcoíris habían mudado de estancia o desaparecido por completo, corroborando así lo efímero que es el paso del tiempo y la felicidad.

No volvió a vestirse de colores. Borró sus rayas multiformes, multicolores, cambiándolas por el gris, blanco y negro presente en el horizonte que en otros tiempos escupía ondas rojas y amarillas de fuego por sus flancos cargados de odio y violencia como una poderosa lengua que abrasa al resto de tinturas.






«El cielo os llama y gira en torno vuestro, mostrando sus bellezas inmortales, y ponéis en la tierra la mirada; y así os castiga quien todo conoce».
 
—La Divina Comedia de Dante Alighieri—












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