SABER PERDER
Hay quién nace martillo y
quién clavo.
A ciencia cierta no se sabe
muy bien el porqué de que a uno le adjunten una de estas dos cualidades, o
peor, vengan impuestas por algún gen con mala baba. En la algarabía que invadió
la casa el día de su nacimiento su abuela sentenció, sabido es del poder
profetizante y en ocasiones certero de las abuelas:
—«Será rey».
Entendido es que no por linaje
ni herencia, sino por la suerte que la grandmother
asignaba desde un criterio cuando menos dudoso.
A los llantos que amenizaban
la casa, siguieron las carreras y ruidos encaminando a aquel ser hacia la
adultez. Y sí, acertó la abuela: fue el rey del ego. Soberbia aplicada por los
círculos donde desparramaba a través de una sonrisa bobalicona todo su cinismo.
Altivo y endiosado era el
soberano de la arrogancia. Acumulaba todos los adjetivos, sinónimos y derivados
de la inmodestia. Con todas estas «cualidades», imprescindibles para conseguir
el fin propuesto, logró meter la cabeza en el grupúsculo endiosado que desde la
sombra manejaba opacos hilos de los que pendían la vida de todo un territorio. Fotos,
entrevistas, publicidad —encubierta— y, por obra de aquel arsenal, consiguió
subir al pedestal de horror y fama que tanto había ansiado.
Desde su tribuna la arenga era
siempre: «Ganar». Ganar a cualquier precio sin escatimar recursos, alejados eso
sí, de todo lo que implicara ética, moral… Para ganar en ese campo era
necesaria la falta absoluta de escrúpulos.
Un campo abonado de mentes reaccionarias donde el resto del mundo
importa tanto como una hormiga que pisas sin parar a mirar.
Sin prisa, pero sin pausa. A
la carrera, como un potro desbocado, ansioso. No solo era llegar a la meta;
necesitaba ver a sus competidores a ras de suelo. No soportaba perder. Habría
de ganar siempre, fuera lo más fútil que se presentara en el camino. Hecho de
piedra y plomo; lo primero por la frialdad con que actuaba en toda ocasión. Lo
segundo porque podía caer con la energía y velocidad de este metal sobre lo que
se interpusiera para frenar su ambición.
De enemigos conocidos que
nunca se atrevieron a enfrentarle solo. En ocasiones de forma sibilina lanzaban
sus ataques por la espalda. Él, tan seguro siempre, encajaba el golpe con un
destello de sonrisa; en la mueca, implícito, iba una suerte de venganza
inesperada y fulminante: «He ganado», repetía un eco interior en la quimera del
sueño.
La zíngara miró su mano repasó
una y otra vez con cara de pocos amigos las líneas de su bien cuidada palma.
—Ganarás
el día que aprendas a perder. —Dijo.
Incapaz de asumir siquiera la
derrota en las palabras salió como alma que empujan cien diablos.
Nota
de prensa:
«La
noche pasada fue hallado sin vida el cuerpo de «fulanito de tal» en las aguas
del río. A la espera de los resultados de la autopsia la policía especula con
la posibilidad de» ...
Me recuerda a esa frase que dice: "No se es un buen líder hasta que se ha perdido". Me la dijo mi profesor de parchís cuando me ganó. Y encima he recordado a un compañero de trabajo al que llamamos "Hammerhead".
ResponderEliminarSe aprende a ganar, perdiendo. Espero que el apodo a tu compañero sea por la forma de su «head» y no por su comportamiento. Muchas gracias por tus comentarios. Saludos!
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