SOSPECHOSOS


—¿Lo cuento o no lo cuento en Twitter? —Mejor no.

¿Igual en Instagram? —Tampoco.

Esta máquina del tiempo que me ha hecho tomar tierra en la era de la imbecilidad no me está gustando un pelo...

Ahora, ¿Cómo regreso a mi estado natural?...

A mi espalda, mil voces claman a coro que ha llegado una «nueva normalidad».

Sospecho una vez más que nos toman el pelo; o yo no soy capaz de digerir el significado de «nueva» y «normalidad».

¿Qué puede tener de nuevo que tu vecino te espíe como lo ha hecho siempre, ahora sin disimulo, desde el balcón, simulando que mira al horizonte perdido, mientras aparenta filosofar platónicamente agarrado al teclado, contando sus fábulas en todas las redes —las tiene todas— sobre ti, sobre la del tercero, la del quinto, la del segundo… ¿Qué tiene esto de nuevo? ¿Y de normalidad?

Si para algo sirve esta nueva, o vieja, o manoseada, vapuleada era, es para demostrar que el mal llamado género humano no cambia, que solo los escenarios, los cortinajes, cambian de tonalidad, que el fondo de la función sigue siendo el mismo, y todos somos sospechosos.

Ninguna guerra es suficiente para producir en nosotros metamorfosis alguna. Seguimos las instrucciones del maestro de orquesta. Si hay que bailar se baila, si hay que llorar se llora, si hay que aplaudir o cantar se hace con el desentone de una cigarra…pero, lo importante es no ser sospechoso; no vaya a ser que tu vecino te grabe desde su balcón, y ahí, sin maquillaje, viajes por la nube sin filtros, aparentando normalidad. ¿Normalidad?  ¿Qué es lo normal? Te preguntas a estas alturas.

Sospecho que mi vecino es sospechoso de sospechar que yo sospecho de cada individuo asomado a sus sospechosos balcones.

Aquejado de anosmia y disgeusia, —no por la plaga que asola el mundo— sino como cualidades congénitas que adornan su ser.

Ni gusto, ni olfato, ni vista.










Un «covidiota» asomado al balcón de una vida cargada de sospechosa desesperanza.



























Comentarios

  1. Desde luego que cada uno sale del aburrimiento como puede. Tienes toda la razón, además de los balcones, las redes se han convertido en dedos acusadores, juzgadores y ejecutores. La competición por demostrar los supercomprometido, lo supersolidario y lo supersensible que soy está alcanzando notas de récord dentro de lo empalagoso. Imagino que el ser humano necesita de likes para vivir, porque claro ¿quién no le va a dar un like a los supercomprometidos, supersolidarios y supersensibles?
    Ahora le toca a los que no llevan mascarillas, que por cierto no es obligatorio. Lo curioso es que esos son los mismos que criticaban, al inicio de la pandemia, a los insolidarios que las compraban en las farmacias provocando que los sanitarios no tuvieran.
    En fin mucho tiempo y pocas luces. Me encanto tu valiente artículo, Consuelo. ¡Saludos!

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    Respuestas
    1. Mucho me temo que ni comprometidos, ni solidarios, ni sensibles. Esta era terminará; ojalá y sea pronto. Volveremos a la «vieja normalidad» y al espiamiento detrás de la cortina. Necesitados como bien dices de la aprobación general, actúan más por imitación que por motivación. Agradezco tus comentarios que me ayudan con una nueva visión sobre lo escrito.
      Muchas gracias, David. Un saludo afectuoso, nada contaminado.

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