LAS TRES MARÍAS
Estas señoritas de camisita
blanca y canesú conocieron en su día a tres lechuguinos que compartían con
ellas «el haber sido para dejar de ser».
A MariLó la pretendía un mozo
cuya altura terminaba en la inmensidad peluda de sus cejas.
El pretendido pretendiente de
MariLoli era rechoncho lo que hacía que sus andares se asemejaran a la zozobra
de un barco.
MariClemen tuvo un novio que
le duró lo que duran los engaños hasta ser descubiertos. Cuando una tarde de
domingo a la vuelta de una esquina se topó con el señorito postinero que
portaba por la cintura a otra que desde luego no era ella…propinó un zapatazo
contra el suelo y emulando a una santa abulense gritó para sus adentros:
—¡Ni el polvo quiero! (En
referencia al polvo que emanaba de la tierra que el bobo pisaba, no vayan a
confundirse con algún asunto más prosaico). Y así fue como en conjunto y a raíz
de tanta desdicha, tomaron la decisión de largarse a vacacionar a algún lugar
del globo donde nadie las reconocería y donde no deberían encontrarse con
alguien perteneciente a su círculo habitual.
Al final, como la vida es la
que toma decisiones sin consultar, convirtió a este trío desconocido en uno
famoso gracias a la desgracia de los hechos que propiciaron su desaparición.
MariLoli, MariLó y MariClemen,
señoritas de alta cuna en su día, —hoy, venidas a menos— y la marea baja, se
encontraron en un hotel de bajo coste. La tarifa real y suculenta sería para
estas incautas presumidoras, aplicada al menú cuando el escenario no tuviera
vuelta atrás. Al ahorro que creían obtener por usar las habitaciones se añadía
el montante final, más que acrecentado con el plus aplicado a la mesa de su
tálamo final.
El camarero solícito —y un
pelín tahúr, todo hay que decirlo—, invitó con un ademán de mano pasado de moda
a las damiselas a fin de que siguieran sus pasos encaminados a una sorprendente
mesa.
La mesa no tenía nada de
extraordinario. Lo sorprendente del tablero era su enclave. Cuando enfrentaron
el escenario, las tres, educadas para no manifestar emociones, regalaron al
mesero una cínica sonrisa, al tiempo que sus mimadas posaderas tomaban acomodo
sobre las sillas.
El empleado dio media vuelta
dirigiéndose hacia la cocina de la que salió momentos después con un cubo
diríase bastante pesado si nos fijamos en el balanceo de su cuerpo al andar.
Desde el velador que ocupan las tres marías, el muchacho, comienza a lanzar un
amasijo sanguinolento hacia los amigables animalitos que pueblan el ambiente.
Las tres marías muerden
simultáneamente su labio inferior tratando de disimular toda emoción suscitada
a su alrededor para lo que han sido entrenadas, bien sea enfrente o por detrás,
ni pestañear con lo que acontezca en su presencia.
El camarero no necesita ver
sus caras para adivinar el lamentable estado de las tres parvularias por más
empeño que pongan en disimular. Y, como hombre adiestrado en la discreción que
requiere su trabajo, recoge el balde ya vacío, y, encamina su body hacia el
hotel.
Las tres marías, sin la
presencia del mozo, sin peligro de ser escuchadas, dan rienda suelta —muy
bajito, por si las moscas escuchan— a la emoción contenida, posible conductora
hacia una apoplejía sobrevenida ante tanta contención.
—Pero ¿Dónde estamos? —Grita silenciosamente
MariLoli.
—Os lo dije. Algo raro veía en
la baratura del hotel. Ni caso hicisteis ¿Y ahora qué? —Susurra MariLó.
—Pues yo me largo ahora mismo
de aquí, no voy a comer enfrente de alimañas que me devorarían en un abrir y
cerrar de dientes. —Suelta un par de decibelios más altos MariClemen.
—Está pagada toda la estancia,
no nos devolverán el dinero, haced el favor de frenar vuestras manías y
tratemos de disfrutar del lugar y sus peculiaridades. De otra forma ¿Qué
contaremos al llegar a nuestras amistades? ¿Qué nos largamos porque el hotel
era barato y tenía animales a los que alimentaban alrededor de los comensales?
¡Vamos! ¡Ni en mil vidas hago tal cosa! ¿Queréis presumir? ¡Pues a sufrir!
—Soltó MariLoli tal misterio de rosario.
Tres días más tarde el
vespertino local abría portada con esta noticia:
«Tres
mujeres extranjeras han sido devoradas esta mañana en la terraza de su hotel
mientras desayunaban. Las iniciales de las finadas son: MVL; MCM y MQT. Las
investigaciones continúan para aclarecer como se produjeron los hechos y si
estos fueron o no fortuitos. Seguiremos informando».
Las marías que tanto empeño
pusieron en no desvelar su paupérrimo paradero han terminado en un papel dando
la vuelta al globo.
En estos momentos el portero
de la finca donde habitaban lee con los ojos como platos…a la vez que grita:
—¡Mi madre! ¡Vaya notición!
Don Plácido que cruza el
rellano plácidamente hacia su partida de ajedrez es atropellado al paso por el
conserje que, le pone prácticamente sobre las narices el periódico… ¡Mire don
Plácido! ¿Ha visto usté la noticia?
No es que don Plácido sea un
insensible, es simplemente que la vida de los demás no le conmueve ni para bien
ni para mal…
Para quitarse de en medio al
custodio:
—Una desgracia, sin duda…ahora
si me disculpa, voy un poco retrasado…
El portero vuelve a su redil
pensando que don Plácido es un amargaó incapaz de apenarse por el mal ajeno. Se
equivoca. Pero eso pertenece a una historia que no viene a cuento.
Ni todo lo caro es caro ni
todo lo barato es tal. En la vida conviene abstenerse de hoteles y amores
baratos.
El camarero no aceptaba
propina.
Debemos ser cuidadosos y despojarnos de la mezquindad cuando de nuestros placeres de trate.
ResponderEliminarLa soberbia y las ganas de aparentar nunca traen buenas consecuencias. Gracias, Rodolfo por tus comentarios. ¡Saludos!
EliminarYo siempre pienso en esos pobres animalicos, obligados a convivir en un entorno humano. Pero si no fuera así, tampoco nos podrían dar tan valiosas lecciones. Lo pagaron tan caro como se puede pagar, las pobres.
ResponderEliminarImagina un mundo donde los animales racionales no pudieran cruzarse con los llamados irracionales. Sería fantástico para los últimos.
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