GUILLERMO. LA SONRISA
Un lunes, 7 de septiembre de
1992.
Día en el cual cambió mi vida
por completo. Llega a ella el ser que me activa, por el cual vivo, gracias al
cual me planteo metas y sigo en una vida a ratos nada fácil.
Precioso como no hay igual. Ha
llenado, llena mi día a día, a través de un camino lleno de piedras, que hemos
superado con lágrimas, pero que el paso del tiempo ha convertido en la mejor de
las películas.
Niño inquieto hasta la
extenuación, no proporcionaba ni un segundo de descanso. Inteligente, despierto
y observador. Cariñoso, me comía a besos…ahora los reserva para «otra» …mientras,
a mí, los ofrece con cuentagotas.
Tanto vivido, porcentaje de
actos en constante cambio, transitando por veredas llenas de espinas. El
universo termina por recompensar, en estos momentos no me cabe la menor duda.
El patito feo, se ha convertido en un cisne bello, ¡majestuoso! Con una
clarividencia que al parecer no ha podido ser heredada. Inteligente y sano, con
la cabeza muy bien amueblada.
Esa ironía fina, aguda —no sé
si heredada de la madre, o intrínseca—, que te lleva a la carcajada. En otras
ocasiones de una seriedad aplastante… —no confundir con tristeza—, eso se lo
dejamos a quién lo engendró…tan triste que se ha perdido lo mejor de ti.
Has sido y serás la alegría de
mi vida, mi energía, mi motor.
Juntos, hemos encontrado nuestro lugar en este mundo impredecible; en él te quiero a mi lado, ¡siempre! Refunfuñando, con tus quejas, con las mías, conocedores del fondo de cada uno.
¡Mi niño guapo! ¡Mi precioso
cisne!
«A
ciento ochenta y nueve kilómetros por hora no vuelvas la cabeza para ver si te
siguen»
—J.L.
Cuerda—
Enhorabuena por ese cisne...
ResponderEliminarGracias, Julia. La vida recompensa.
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